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Proyecto Lázaro

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

De vez en cuando aparece casi de la nada, el cineasta español Mateo Gil, que ha sido el guionista de Alejandro Amenábar en Abre los ojos, Mar adentro o Ágora. Le recordamos por la peculiar Nadie conoce a nadie y el notable western Blackthorn, ambas protagonizadas por Eduardo Noriega, su actor fetiche que, en esta ocasión, no participa en Proyecto Lázaro, una producción de ciencia ficción.

El reparto lo conforman Tom Hughes y Oona Chaplin que es la tercera de una saga, ya que su abuelo era Charles Chaplin; su madre Geraldine Chaplin, que ha trabajado mucho en España y, por tanto la citada actriz es la nieta de Charlot, teniendo la misma fuerza en la mirada. Esta actriz parece hipnotizada por el mensaje de la película porque se empeña en transmitir a la prensa la idea de que no le gustaría vivir para siempre (una opinión difícil de entender o compartir cuando una de las grandes preocupaciones del ser humano es desesperarse o agobiarse cuando piensa en la posibilidad de la no existencia de la vida eterna).

Esta cinta tiene que ver con algún episodio de la inquietante serie de televisión Black mirror, planteando varios dilemas morales. El arranque inicial del cineasta español nos parece bastante brillante, ya que consigue inquietar al espectador al contar como era la vida del protagonista hasta que se entera de que sufre un cáncer terminal y piensa en la recurrir a la criogenia hasta que se encuentre una solución a su enfermedad que permita a resucitarle para luego introducirle en un inquietante mundo futurista, aséptico, nihilista, al estilo de algunos libros de H P Lovecarft, salvando las distancias. No obstante, a la mitad de metraje el interés decae y los razonamientos del protagonista resultan demasiado reiterativos.

El realizador español se empeña en reafirmar su ateísmo a través de su personaje protagonista tanto en la ambientación como en la argumentación, tratando de convencernos de que solo la ciencia está capacitada para transmitir esperanza. Sin embargo, el director utiliza el tema de la resurrección de Lázaro que aparece en la Biblia como instrumento para transmitir un mensaje opuesto al Evangelio, lo que resulta paradójico. Por otra parte, esa ausencia de Dios parece lógico que le lleve a la nada, pues como decía San Pablo si no ha resucitado el Señor, vana es nuestra fe. Mateo Gil apunta el problema de jugar a ser dioses y se cuestiona si el fin justifica los medios, mientras que lanza una interesante cuestión que dónde se queda el alma, si se realiza una resurrección artificial.

 

 

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