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Quien me quiera, que me siga

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: Jóvenes y Adultos

Vivieron la explosión iconoclasta de Mayo del 68 y lo que conllevó de reivindicación de derechos sociales, revueltas antisistema, amor libre, comunas, drogas… pero se han hecho sesentones y ahora pujan por buscar la felicidad personal de antaño y encontrar razones adecuadas para vivir en el cénit de sus vidas. De ellos hace un retrato, el director y guionista José Alcalá en Quien me quiera que me siga.

El matrimonio de Gilbert (Daniel Auteuil: El juego de los idiotas, Conversaciones con mi jardinero, El invitado…) y Simone (Catherine Frot: Odette, una comedia sobre la felicidad, La última nota, Las hermanas enfadadas…) vive azacanado en peleas continuas en un pequeño pueblo de Francia. La marcha de Étienne (Bernard Le Coq: Rosa y negro, GAL, El cielo en la cabeza…), su vecino y amante de ella, sumen a esta en una depresión por el carácter áspero y amargado de su marido. Ella quiere volver a experimentar la libertad perdida, pero su marido no está dispuesto a dejarla marchar y se empeña en volver a conquistarla.

En esta comedia, con tintes trágicos, por la incapacidad rampante de los tres amigos por vivir la realidad y no sucumbir a los cantos de sirena de una juventud ya pasada, el único “responsable” es Teté, un adolescente, nieto de Gilbert y Simone, cuya hija, Nathalie, enferma grave, envía para que le cuide su madre, pues con su padre no se habla. Pero con la marcha de Simone con Etienne, es a Gilbert a quien le toca acoger al chico. Al principio, se negará rotundamente, pero poco a poco la sencillez y madurez de Teté (acusa a Etienne de ser un mal amigo por flirtear con su abuela, aguantará con cuajo los improperios iniciales de su abuelo y a este le ayudará en la reparación de su auto…) irán traspasando el carácter rocoso de Gilbert.

En Quien me quiera que me siga, con guion del propio Alcalá, Agnès Caffin y Antoine Lacomblez, hay un encarte para ensalzar la ideología de género —cada vez más activo el determinismo sociológico, propugnando que no hay naturaleza, ni cultura, ni libertad…, porque todos son derechos—, con la boda de dos mujeres, una de ellas embarazada ostensiblemente e hija de otra amiga de los tres sesentones y, como ellos, “hija” del mayo del 68.

Destacar el trabajo interpretativo de Daniel Auteuil —siempre genial— Catherine Frot,  Bernard Le Coq, del adolescente Teté y la fotografía de Philippe Guilbert.

Esta película es un intento frustrante por vivir fuera de la realidad. Hay que reconocerles a los protagonistas que continúan buscando la felicidad, aunque sea en los rescoldos de la juventud pasada, pero bastaría aquella experiencia, y la actual, de incumplimiento para caer en la cuenta de que el deseo de plenitud y sentido es insaciable y que solo un encuentro con Alguien excepcional puede llegar a colmarlo. Y es conocido que el cine francés, salvo estupendas excepciones (De dioses y hombres, La historia de Marie Huertin…), tiene escasas rendijas abiertas a la trascendencia.

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