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Rabiye Kurnaz contra George W. Bush

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Hay películas de las que uno no se quiere ir, a las que uno toma cariño, de las que uno guarda una feliz memoria, como se guarda la memoria de un grato encuentro, o de un amigo lejano. El cronista que suscribe estas líneas vio por primera vez el film que nos ocupa en la Berlinale del año pasado (v. https://www.pantalla90.es/festival-de-berlin-2022-cronica-espanola/) y estaba deseando volver a él. Casi año después de aquel visionado, el reencuentro con Rabiye Kurnaz ha sido como volver a cenar en casa de una vieja amiga.

Rabiye (interpretada por Meltem Kaptan en una actuación absolutamente inolvidable y merecedora del Oso de Plata a la mejor actriz) es la matriarca de una familia de inmigrantes turcos en Alemania. Una mujer sin complejos, a la que no preocupan ni su alemán de medio pelo, ni su evidente sobrepeso, ni los bajos ingresos de su marido: se sabe poseedora de la sutil autoridad de la que están investidas las personas capaces del verdadero cariño. Y de una tenacidad a prueba de bombas, que le lleva a no cejar en su empeño de defender a la inocencia de su hijo, quien, como consecuencia de una maniobra ciertamente torpe en un momento histórico delicado -estamos en los meses posteriores al 11-S-, es detenido y encarcelado en Guantánamo. A fin de conseguir sacar a su vástago de aquel infierno en la tierra, Rabiye se pondrá en manos del abogado Bernhard Docke (entrañable Alexander Scheer), que se antoja como su justo opuesto: alto, espigado, diplomático, introvertido. La extraña pareja, acosada por los medios, llevará su queja hasta Wahsington, en defensa de los derechos humanos no solo del primogénito de Rabiye, sino de todas las víctimas de aquel execrable lugar de tortura, que pasará a la historia como uno de los puntos más oscuros de la administración Bush.

Ciertamente, Rabiye Kurnaz contra George W. Bush no es una película sobresaliente a nivel cinematográfico: la dirección a cargo de Andreas Dresen, un irregular realizador alemán, se puede calificar como sencillamente correcta, aunque posea en algunos momentos -sobre todo en la resolución de la cinta, bastante fallida- un regusto a telefilme de sábado por la tarde. Pero la falta de brillantez artística no empaña, sin embargo, las memorables interpretaciones del tándem constituido por Kaptan y Scheer, un binomio perfecto de temperamentos opuestos, una suma improbablemente armónica de corazón gigante y razón pura, que conmueve y convence. En el haber del film está también el excelente guion de Laila Stieler (que se alzó con el Oso de Plata en su categoría) y que, alcanzando algunas memorables líneas de diálogo, mezcla hábilmente humor y drama en su revisión de un nefasto episodio histórico, aderezada por una acertada crítica de la manipulación mediática y política. Al final del film, se le perdonan a Dresen todos los errores y todas las tibiezas, y uno solo quisiera ser vecino de Rabiye, para pasar a tomar con ella un té y unas galletas, y dejarse arropar por su arrolladora humanidad.

Rubén de la Prida

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