Crítica
Público recomendado: +12
Lima (Perú) en la difícil década de los 90: una fuerte crisis económica, inestabilidad política, carestía, violencia, toque de queda… Elena, separada y madre de dos hijas, una de catorce y otra de diez años, empleada en una agencia de viajes, ha conseguido un trabajo en Minnesota (EE.UU.). Le urge salir de Perú para asegurarse una vida mejor para ella y sus hijas. Tiene ya los pasaportes, pero le falta la firma de Carlos, su exmarido y padre de las niñas, sin cuya autorización las dos pequeñas, Aurora y Lucía, no pueden salir del país.
Cuando Carlos por fin aparece, antes de ir al notario a firmar con Elena, quiere disfrutar un poco de sus hijas y se las lleva un día a la playa. A partir de entonces, ese padre ausente, casi desconocido, se convierte para ellas en un ser entrañable e imprescindible.
La línea argumental avanza despacio hacia la meta de conseguir la autorización ante notario. Cuando la abuela insta a su hija Elena para que urja la firma de su exmarido, ésta le responde que no hay prisa, porque las autorizaciones caducan. Todo lo tiene pensado, medido, pero sin inquietud, porque se fía de la bonhomía de Carlos.
Klaudia Reynicke, directora y coguionista con Daniel Vega, nos presenta una historia sencilla, un pequeño drama sin aparentemente demasiado interés. Ahora bien, en el fondo de esa trama tan simple, va desplegándose una historia humana de gran calado, con unos personajes de carne y hueso, con entidad humana.
Elena, encarnada por Jimena Lindo, que lleva a cabo un buen trabajo actoral, trabaja mucho para sacar adelante una casa sin padre y, además, últimamente ha estado muy ocupada gestionando la marcha a EE.UU. Por todo ello ha podido estar poco pendiente de las niñas; para Lucía, la pequeña, esta falta de presencia no ha supuesto demasiado problema, porque va constantemente de la mano de su hermana mayor a la que adora, pero Aurora está en plena adolescencia, ese momento complicado de autodescubrimiento y de primeros estremecimientos de amor. Hubiera necesitado más proximidad de un adulto que la orientara, le marcara límites y le proporcionara referentes éticos valiosos.
Las dos niñas, que son las protagonistas principales de la película, resultan tan cercanas, que tocan el corazón del espectador. La jovencísima actriz Abril Gjurinovic, Lucía, es una delicia y Luana Vega no podría estar más natural y creíble.
Carlos, muy bien llevado por Gonzalo Molina, es un pobre hombre (de muerto de hambre que no tiene dónde caerse muerto, lo califica la abuela), un fracasado en el ámbito laboral, que suple su insignificancia con sueños y mentiras, pero es buena gente y quiere de verdad a su familia.
Más allá del contexto de Perú y de la difícil situación de finales del siglo XX, el ámbito en el que cobran vida los personajes es la familia. La abuela, una inconmensurable Susi Sánchez, es la madre de todos, hijos y nietos; no una matriarca que ordena y marca el rumbo, sino una mujer buena, acogedora, nada egoísta. En la escena maravillosa en que, un poco achispados, todos cantan La flor de la canela, en la sonrisa de la abuela aflora toda la calidad humana del personaje: ella y su casa son el hogar, ese refugio al que uno puede acudir siempre que necesita amparo y cariño. La abuela sonríe, no se lamenta por quedarse sola, quiere generosamente el bien de Elena y de las niñas; tampoco rechaza a Carlos, que no ha sabido cuidar de ellas, y hasta le prepara un rincón en su casa para que no corra peligro en la calle. La abuela no es la protagonista de la película, pero es la sombra silenciosa que los cobija a todos. Y nadie como Susi Sánchez podía dar vida a ese personaje con tanta fuerza simbólica.
Lo fundamental de la película es que respira autenticidad por los cuatro costados, de principio a fin, con algunas escenas realmente memorables y que muestran el dominio de Klaudia Reynicke para captar lo más profundo con el objetivo de la cámara, sin apenas necesidad de palabras. Una es cuando, después de una noche en comisaria, Elena y Carlos hablan del futuro, sentados en la cocina, con una sencilla jarra de agua sobre la mesa. Para él y para ella lo más importante en esos momentos es el bien de sus hijas; ni Carlos ni Elena piensan en sí mismos, en sus apetencias o conveniencias, solo en el bien de las niñas. Son la figura de los padres, todos los padres y madres del mundo, que aman inmensamente y por encima de todo a esos seres que han llamado a la vida.
Otra escena magistral es en el despacho del notario: Carlos tiene el bolígrafo en la mano y se queda parado, no firma. El espectador entiende que ese trazo sobre un papel puede significar que no vuelva a ver a sus hijas, y simboliza también su fracaso como padre de familia que no ha sabido protegerlas y cubrir sus necesidades. La cámara se detiene para captar ese momento de dolor, de humillación y de grandeza humana y el espectador, conmovido, se solidariza con él.
Klaudia Reynicke (Love Me Tender [2019], Il nido [2016], etc.) es una gran cineasta con un largo recorrido a pesar de su juventud. Esta última película, Reinas, ha ganado el gran «Premio a la Mejor Película» en la sección generation kplus de la berlinale (Festival Internacional de Cine de Berlín), al que se añaden el «Premio del Público» en el Festival Internacional de Locarno y el «Premio del Jurado al Mejor Guion» en el Festival de Cine de Lima 2024.
Mariángeles Almacellas