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Rifkin’s Festival

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Woody Allen nunca falta a la cita anual con su público, casi siempre a principios del otoño. Esta es su película número 49 y tiene la particularidad de contar con participación española. No es la primera vez que esto sucede, ya que el productor Jaume Roures y su empresa Mediapro, ya habían coproducido otras tres cintas de Allen. En este caso, la condición era que la película se rodara en España, algo ideal para un cineasta que ha caído en desgracia en su propio país a causa de la caza de brujas del lobby MeToo. Woody Allen eligió San Sebastián y su Festival como marco de su historia, originalmente concebida para desarrollarse en Nueva York.

El argumento se desarrolla durante el festival de San Sebastián. Sue y Mort son un matrimonio newyorkino que se alojan en el famoso hotel María Cristina. Ella (interpretada por Gina Gershon) es la jefe de prensa de Philippe (Louis Garrel), un pretencioso director francés que estrena la película favorita del Festival. Mort (Wallace Shawn) se dedica a disfrutar de la ciudad mientras su mujer trabaja. Mort sospecha que su mujer mantiene un affaire con Philippe, y casi como venganza, se encapricha con la doctora Rojas (Elena Anaya), una médico de San Sebastián que le atiende a causa de un dolor en el pecho. Esta peripecia amorosa se nos cuenta desde la perspectiva del propio Mort, que aprovecha una psicoterapia para hacer cuentas con su vida. El relato de sus sueños también nos van a servir para conocer sus temores y fantasmas.

Rifkin´s Festival no pretende ser algo distinto de lo que es: una película ligera, entretenida, fresca, sin renunciar a la mirada irónica y desencantada  de Woody Allen. Su profundo cinismo, presentado como siempre con rostro amable, es el bajo continuo del film. Los temas, los habituales: la banalidad del amor, los fastidios de la vida, el sinsentido y el sobrio disfrute de los pequeños placeres de la vida. Se trata de una de las películas más cinéfilas de Woody Allen. Los citados sueños que pueblan el film, presentados en blanco y negro, son remakes cómicos de famosas escenas de Buñuel, Bergman, Godard, Truffaut… y harán las delicias del espectador cinéfilo.

La película es también un homenaje a la capital donostiarra. Curiosamente, la fotografía de Storaro convierte San Sebastián en una ciudad mediterránea, con una luz que transforma el paisaje cántabro en una rivera de la Costa Brava. En fin, una película agradable, elegante, que se ve con gusto y se olvida enseguida. Probablemente, Woody Allen no aspira a otra cosa.

 

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