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Sherlock Holmes: Juego de sombras

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

Sherlock Holmes, personaje ficticio creado en 1887 por Sir Arthur Conan Doyle, es, quizás, el detective por excelencia que más ha influido en la ficción detectivesca, bien sea en novelas y relatos o bien en teatro, películas o en series de televisión. En este caso nos encontramos ante el film Sherlock Holmes: Juego de sombras. Secuela dirigida por Guy Ritchie en la que continua su propia versión cómico-excéntrica del detective. Versión que no creo que deje a nadie en la indiferencia. Lo cual, al menos como punto de partida, es positivo.

Robert Downey Jr. (Iron Man, 2008) y Jude Law (Enemigo a las puertas, 2001) vuelven a encarnar a Sherlock Holmes y al Dr. Watson, manteniendo la química habitual entre ellos. En esta ocasión Sherlock Holmes descubre que el Profesor James Moriarty (Jared Harris) está planificando su acto más terrorífico. Por otro lado, Watson está a punto de casarse y romper así “la asociación” con Sherlock. Sin embargo, se necesitarán mutuamente, una vez más, para ir hasta el fondo de este nuevo caso. En cada aventura el detective de Baker Street junto a su fiel ayudante ponen en juego la ciencia, ya descrita en la obra original de Sir Conan Doyle, como “la ciencia de la deducción”. Existe un capítulo completo dentro de la primera novela Estudio Escarlata (1887) dedicado a esta ciencia; en donde el mismo Sherlock se confiesa aficionado a la observación y a la deducción. Ser docto en esta ciencia es un talento que, como todos, será un bien o un mal en función del uso que se haga de él. Resulta pertinente recordar un frase de esta película entre Sherlock y Moriarty de su primer encuentro. Dice más o menos así: “Lo único comparable al tremendo horror que siento ante el mal que hace, es la admiración que me genera el descubrir cómo lo ha planeado todo”. Pero la versión cinematográfica de Guy Ritchie, se aleja mucho del concepto clásico que domina en la mentalidad general. Visualmente también encontramos distinciones en la forma de narrar. Por ejemplo, un montaje que parece ser expresión de la sociedad de la que nace, es decir, parece estar al servicio de la inmediatez y de la apariencia. No obstante, dentro de la cierta excentricidad visual y narrativa de esta versión, parece haber un orden como si del mismo Sherlock se tratase. Volvamos por un momento al Londres de 1894 para recordar algún dato del origen de Sherlock Holmes.

Inicialmente la obra en torno a este personaje se resumía en 4 novelas y 56 relatos de ficción, que configuraban lo que muchos estudiosos del tema llaman el “canon holmesiano”. La mayoría de estas obras contribuyeron a enriquecer a los accionistas de The Strand Magacine que fue la revista en la que todos los ingleses de finales del Siglo XIX seguían casi de manera obsesiva las aventuras de Sherlock Holmes.  También Sir Conan Doyle pasó de golpe  a ser, probablemente, el autor inglés mejor pagado de aquella época. Igualmente hoy, Sherlock Holmes sigue siendo actualidad artística debido a su rentabilidad como producto. Tras recaudar 524 millones de dólares en todo el mundo, en su primera entrega, parecía obvio que hubiera una continuación. Pero no nos engañemos, tanto en el pasado como en el presente una obra funciona porque, nos guste más o menos, cumple la condición fundamental de todo novelista o guionista: saber contar una historia, es decir, mantener despierto el interés del lector o espectador desde el principio hasta el final del relato. Esta condición tan aristotélica es exacta para el cine y cualquier arte que pretenda contar una historia. En el caso que nos ocupa, Sherlock Holmes: Juego de Sombras consigue aprobar a la hora de mantener esa curiosidad narrativa en el espectador. Por otro lado, y a pesar de contar con una trama principal básica y bastante utilizada (malvado que fuerza al mundo a una gran guerra), presenta una construcción de secuencias que en su mayoría funcionan estupendamente. Por ejemplo, la fantástica secuencia de la partida de ajedrez iniciada en un baile deductivo muy sherlock. O la admirable, quizás tan sólo técnicamente, secuencia de la huída por el bosque, ya que tanta innovación visual no hace avanzar especialmente la historia.

Ya los antiguos decían que cualquier conocimiento verdadero empezaba por la observación y no por el pensamiento. La deducción tiene como finalidad conocer. Para ello se basa en la observación de hechos y detalles que llevarán a la solución ansiada. Es la experiencia del descubrir, del descubrimiento lo que cautiva a tantos seguidores de creaciones narrativas deductivas. No se agotarán jamás el gusto por series deductivas tipo House (2004), la magistral miniserie de la BBC Sherlock (2010), la española Los secretos de Laura (2009) o más antiguas como Se ha escrito un crimen (1984-1996) o Miss Marple de Agatha Christie, en cualquiera de sus versiones. Todas las series o películas deductivo-detectivescas se podrían clasificar en dos grandes grupos: uno en el que el proceso deductivo hace que el mismo sujeto investigador crezca humanamente y ese cambio sea la razón de ser de la obra, con películas como la trilogía de El caso Bourne (2002-2007), La vida de los otros (2006) o la serie de televisión House, especialmente la  Quinta temporada (Cuando House se interna voluntariamente en un psiquiátrico); y el segundo grupo, donde el sujeto investigador se limita a resolver el caso en cuestión y no aflora su humanidad como centro de ser de la obra, por lo tanto su experiencia deductiva no conlleva necesariamente una mejor experiencia de uno mismo. En este último grupo incluiríamos, por citar algunas, el binomio de La búsqueda (2004-2007) o la serie de televisión CSI en cualquiera de sus temporadas.  Sherlock Holmes: Juego de Sombras, (2012) así como su antecesora pertenecerían en un 95% al segundo grupo.

En la segunda novela El signo de los cuatro (1890), Sir Conan Doyle nos presenta a un Sherlock que consume cocaína en una solución del 7%, la cual deja gracias a la insistencia de Watson, con quien vive hasta finales del s. XIX. Este vínculo de amistad tan discutido en tantos foros, resulta ser un factor más a observar por Sherlock. Es decir, que la capacidad de razonar de Sherlock se ensancha en la relación con Watson. Este primer paso en la evolución del personaje que le llevaría a pertenecer al primer grupo antes comentado, se atisba muy soslayadamente en la mirada final de Sherlock a Watson justo un segundo antes de que se lance al vacío. Aquí está ese 5%, en una mirada que delata una ausencia, un error de cálculo. Y por lo tanto, el reconocimiento de que aún le queda mucho por descubrir de sí mismo y del mundo. Ojala que Guy Ritchie sea fiel a ese 5% y lo ensanche tanto como su propio talento se lo permita.

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