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Shorta. El peso de la ley

Caratula de "Shorta. El peso de la ley" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

“Ser padres es como si tu corazón pasara por el mundo sin protección”. Esta frase es la clave de esta producción del tándem formado por Frederick Louis Hviid y Anders Olholm  que se titula: Shorta. El peso de la ley. Esa extraña palabra árabe significa a grosso modo policía. El caso es que varias son las producciones televisivas de éxito que nos llegan del norte de Europa que, aunque no sean santo de mi devoción, tienen muchos seguidores en España. Sin embargo, en contadas ocasiones podemos disfrutar de sus películas que suelen presentar un buen nivel como los clásicos Ordet de Dreyer o El séptimo sello de Bergman; películas más modernas como El festín de Babette o Después de la boda o la recientemente oscarizada Otra ronda de Thomas Vinterberg, así como la entrañable El artista anónimo de Klaus Häro.

Shorta. El peso de la ley podría titularse como la brutalidad policial versus Black Lives Matter a la danesa. Sus autores sacan el máximo producto al presupuesto, que se sustenta en un sólido guion escrito por ellos mismos, que profundizan razonablemente bien tanto en la vida de los agentes de la ley como en la vida de los daneses y en los inmigrantes que viven en un gueto. Estos cineastas  se han inspirado en banda sonora de Tiburón, así como el trabajo del guionista, Walter Hill, para Alien, el octavo pasajero.

El trabajo  de dirección es brillante y les auguramos un futuro esplendoroso porque no solo son capaces de ofrecernos un thriller de acción y violencia en toda regla, manteniendo la tensión hasta el final y sorprendiéndonos con algunos giros argumentales, sino que apuestan por la profundidad, ofreciéndonos momentos de gran emotividad como este abrazo maternal que rompe los esquemas para tratarse de una producción de Dinamarca.

El argumento gira en torno a un policía cumplidor y equilibrado, al que se le encarga patrullar con un policía con fama de racista, al que se le acusa de haber causado graves daños  a un inmigrante en un interrogatorio  lo que genera revueltas en un barrio de mayoría musulmana del que tratarán de escapar por una serie de circunstancias.

La película critica la brutalidad policial y se centra en el racismo de uno de ellos y, por otra parte, tampoco es que justifique las revueltas de barrios de mayoría musulmana, pero distinguen, estos realizadores, entre justos y pecadores, pues hay daneses de toda las vida y musulmanes de buena fe que sufren la intolerancia del islamismo radical que, por desgracia, abunda.

Probablemente, aunque haya comparaciones con EEUU, nada tiene que ver con lo que pasa en ese país, pues el problema no es solo del racismo de muchos americanos (blancos, latinos o afroamericanos), ya que existen estadounidenses de raza negra que no apoyan ese conocido movimiento radical de extrema izquierda (Black Lives Matter), respaldados por el partido Demócrata y dudosos personajes de marcada ideología como George Soros. Centrándonos en la película, la cuestión queda zanjada mediante las declaraciones de la madre de la víctima que ha perdido a su propio hijo, puesto que frena  el ímpetu de destrucción de un barrio sin ley y solo pide justicia, lo que resulta emocionante.

Sus autores no indican cuál es el camino correcto y tienen la habilidad de presentar a los personajes en una escala de grises, es decir; con sus luces y sombras. Estos realizadores abren el debate entre seguridad y  acogida a la inmigración en la que los extremos se van aminorando cuando se produce ese encuentro entre culturas, al comprender que ambos tienen intereses comunes por el amor que sienten hacia sus hijos y la frase clave de la película lo dice todo: “Ser padre es como si tu corazón pasara por el mundo sin protección.”

Finalmente, esta producción nos introduce un personaje extraño (que vive en esa zona marginal de la ciudad); repleto de tatuajes de Jesucristo y que se da un aire a la imagen que tenemos del Señor, que hace de la voz de la conciencia que transforma el corazón del protagonista, en parte, en una especie de bajada a los infiernos posterior, representada en el ataque de un perro que usa su propia medicina.

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