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Silvio (y los otros)

Caratula de ""

Crítica

Público Recomendado: Mayores de 13 años

Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) es un director y guionista italiano que ha cultivado tanto el cine como la literatura.

En 2013, ganó el Óscar a la mejor película extranjera por “La gran belleza”. Ahora, se ha estrenado en España “Silvio (y los otros)”, un largometraje de dos horas y media de duración que, en realidad, ha nacido de la fusión de los dos que se produjeron en Italia – “Loro 1” y “Loro 2”- y que se consideraron inadecuadas para su distribución en el mercado internacional. El resultado, ha sido una película muy interesante pero que desmerece a las dos italianas de las que resulta. Se ha perdido en torno a una hora de metraje que, sin duda, hubiese valido la pena.

En efecto, “Silvio (y los otros)” es una película valiosa. Retrato colectivo de una Italia que no ha terminado de desaparecer, narra la historia de Sergio Morra (Riccardo Scamarcio), un hombre de provincias hecho a sí mismo a caballo entre el empresario y el pícaro, que quiere crecer en el mundo de los negocios. Para ellos, se aproxima a Silvio Berlusconi (Toni Servillo), que atraviesa un momento difícil después de haber salido del gobierno y con un cúmulo de escándalos y procedimientos judiciales en ciernes que apuntan a presuntas conexiones con la mafia.

El filme es heredero de la comedia italiana de los años 60 -con guiños al humor erótico de los 80- pero no deja de tener un fondo dramático que palpita por debajo de los oropeles y las luces de neón. Es más una sátira que una comedia, y sobre todo tiene un aire de drama que el espectador percibirá sin duda. Hay momentos divertidísimos como la venta por teléfono de un piso inexistente, pero también un vacío existencial que se va haciendo evidente a medida que la película avanza.

De esta forma, cabe una mirada filosófica que atraviese las fiestas con jovencitas y el lujo que rodea al Cavaliere y su entorno hasta llegar al interior de ese hombre que, parafraseando el título de la telenovela mexicana, es un “pobre hombre rico”. Admirado, envidiado y deseado, su vida está tan vacía que necesita llenarla de sexo y diversión hasta sentirse un dios: “yo conozco el guion de la vida”.

Aquí nos encontramos, también un retrato de la Italia de finales de los 90 y principios de los 2000 con un Berlusconi decadente pero aún poderoso. Es muy enriquecedor ver el contraste entre la serie italiana “1992”, que refleja el apogeo de un Berlusconi que parecía imparable -llegó a ser primer ministro por primera vez en 1994- y este largometraje de Sorrentino que muestra al mismo hombre cada vez más solo y más hundido en medio de una vida fastuosa.

La dirección de actores es magistral. En particular, Toni Servillo llena la pantalla con una interpretación de Berlusconi que lo hace inconfundible en los gestos y las actitudes. Conviene, sin embargo, conviene prestar atención, también, a los actores de reparto que van dando el contrapunto de esa personalidad desbordante.

Es una película muy recomendable.

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