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Adam

Crítica

Público recomendado: +16

No se deben buscar en el primer largometraje de la realizadora marroquí Maryam Touzani sesudos argumentos, brillantes diálogos o una trama intrincada. Adam no es una película para entender con la cabeza, sino para sentir en las tripas y en el corazón. Su particular sinestesia parece incluso estimular, a través de la vista y del oído, el tacto, el olfato y el gusto. Precisamente en esta robustez sensorial, constante durante todo el metraje, reside la grandeza de una obra tan pequeña pero hábil para abrir al espectador a una insospechada dimensión perceptual. No sorprende, por tanto, que el film fuera escogido como el primero dirigido por una mujer para representar a su país en los Oscar, o que fuera seleccionado para competir en la sección Un certain regard del Festival de Cannes.

La ópera prima de Touzani se puede definir como una película netamente femenina, tanto en su fondo como en sus formas. El primero analiza la precaria situación de la mujer en un país de tradición musulmana, pero no se limita a la protesta hueca de un feminismo de baratillo, sino que ahonda en cuestiones de profundo calado para el alma femenina, expresadas en términos de contraste: la maternidad, con sus éxtasis y sus conflictos, la sororidad a medio camino entre identificación y competitividad, la relación ambivalente con el propio cuerpo o el juego de cercanía y distancia respecto de los varones. El discurso, por otra parte, está inundado de fisicidad y de belleza. Abundan, por ejemplo, los insertos que se centran en una parte del cuerpo (el rostro, las manos que amasan, el vientre que alberga una nueva vida) como metonimia de un estado de ánimo, que es compartido o se quiere compartir con otra mujer. La sutileza y la intuición con las que se transmite esta interrelación entre cuerpo y alma encuentran un importante punto de apoyo en la formidable fotografía de Virginia Surdej deudora de la obra de Vermeer.

No faltará quien (des)califique Adam como una película previsible y reiterativa, en la que no pasa nada. Pero decir eso (que es cierto) sería contar solo una media verdad, obviar que se trata de una obra que se inscribe por derecho propio dentro de lo que Paul Schrader definiera como estilo trascendental: ese cine desnudo -como el de Bresson y Kiarostami- que, a través de lo cotidiano, lo repetitivo y lo físico sabe trascender lo visible y acercar al espectador al misterio invisible de la existencia humana. Solo queda esperar que Touzani perservere fiel al camino emprendido y se convierta, como Naomi Kawase o Claire Denis, en una nueva representante de ese cine de mujeres que aún se siente como un territorio inexplorado y fecundísimo del séptimo arte.

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