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Caratula de "The Quiet Girl" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

Una de las muchas escenas de The Quiet Girl (Colm Bairéad, 2022) en las que el detalle es lo fundamental nos muestra a una niña, Cáit (Catherine Clinch; bella, contenida) de noche frente al mar junto a Seán (Andrew Bennett), el marido de la prima de su madre. Ambos están sentados junto a una puerta de establo con el cerrojo roto, abandonada sobre la arena. Seán le explica a Cáit que ese objeto significa que el caballo de algún hombre ha escapado. «A veces los pescadores encuentran caballos en el mar. Conozco a un hombre que sacó a un potro que yació por largo tiempo y de repente se levantó. Y era perfecto». Aunque el caballo tiene una simbología muy compleja, uno de sus principales significados es el de la impetuosidad y velocidad. La niña calla. «Pasan cosas extrañas», añade Seán.

En este drama sutilísimo y precioso ambientado en la Irlanda rural, la retraída Cáit se echa sobre la hierba cerca de casa, inmersa en su propio mundo. Pertenece a una familia grande: muchos hermanos y uno por venir. Sabemos que andan por allí, pero no los vemos con frecuencia. Igual a su madre. Solo sabemos, sentimos, que hay una distancia entre ellos, están siempre en el fondo o fuera de campo, pasan como sombras que llenan el espacio de tensión. Sus padres han decidido que la enviarán a pasar el verano con Eibhlín (Carrie Crowley), prima de su madre, y su marido Seán. «¿Hay otros niños aquí?», pregunta Cáit al llegar a la granja. Otra de las muchas sutilezas del director.

A partir de pequeños gestos y aparentes minucias, Bairéad se ocupa de ir desgranando la historia: qué le pasa a esta niña (y a la familia que la acoge) cuando cambia de casa durante el verano. Esta es la anécdota. Parece poco, pero es que toda la película está construida y determinada por poquedades y, sobre todo, por silencios cargados de significados. Cuando Eibhlín le deja ruibarbos al padre de Cáit antes de irse, algunos se le caen al suelo. No hace ademán de recogerlos. Al marcharse, se lleva la maleta de la niña con él, y deja a Cáit solo con lo que lleva puesto. Al conversar con Seán, le comenta lo hasta arriba que está de heno, algo que la niña niega más adelante. Al levantarse una mañana, Cáit teme por haber mojado la cama; mientras, Eibhlín calla y apacigua a la niña. Como no tiene muda de ropa, Eibhlín viste a Cáit con pantalones y camisas que tenía guardadas, y que le quedan a la perfección… Hay muchas cosas que no se dicen, pero que el director esboza grácilmente para que nos enteremos. Así, sabemos lo que sabe Cáit, suponemos cosas que ella intuye pero que es muy joven para comprender.

«No tienes que decir nada (…) Mucho han perdido los hombres por haber eludido la oportunidad de no decir nada», le dice Seán a la niña. El silencio como refugio y fortaleza. Es, en este sentido, una película susceptible de ser leída en paralelo con Lean on Pete (2017), dirigida por otro gran director experto en sutilezas y silencios, el inglés Andrew Haigh. Basada en el relato Foster, de la escritora irlandesa Claire Keegan, The Quiet Girl es una historia de amor familiar, de crecimiento, de cómo una niña deja la infancia atrás y pasa a la madurez, y de cómo el amor la ayuda a crecer. Sin sentimentalismos, grandilocuencias ni despilfarros. Es una cinta introspectiva, como la propia protagonista. Filmada en ratio 4:3, usando fotografía de gran formato similar al IMAX, la imagen tiene una cualidad de engrandecimiento a pesar de tratarse de un formato reducido, lo cual le da esa sensación de que, al no llenar por entero la pantalla de cine, estamos viendo las cosas desde la perspectiva de alguien cuya mirada no está completamente formada aún, pues sus horizontes, como los de la pantalla, todavía no han sido expandidos.

En la casa nueva, Cáit aprende a llevar la vida disciplinada del trabajo rutinario casero y de granja, y al mismo tiempo a pasársela bien. Seán le toma el tiempo cada vez que la hace correr a buscar la correspondencia, y Bairéad nos la muestra henchida de felicidad atravesando el camino entre los árboles a toda velocidad. «Te pasó una cosa extraña esta noche», continúa diciéndole Seán a Cáit frente al mar. «No pasó nada», responde Cáit en otro momento, ambos entrelazados por el mismo secreto. Un detalle que, como tantos en la cinta, resulta fundamental. No pasó nada y pasó todo. Cuando se pasa el umbral de la pubertad es cuando el caballo llega a ser plenamente el símbolo de la impetuosidad: el caballo es vida y continuidad, siendo al mismo tiempo un animal asustadizo.

The Quiet Girl, conmovedora e inesperadamente hermosa, es el primer largometraje de Bairéad. Y era perfecto.

Narcisa García

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