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Suzume

Caratula de "Suzume" (2022) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Dicen que las pinturas rupestres, esas encontradas en las cuevas más antiguas, son la primera expresión de nuestra especie, de nuestra humanidad. Desde ahí, hasta el actual sector de animación a nivel mundial, ha pasado mucho tiempo, pero en esencia hablamos de lo mismo: el dibujo (el arte) como expresión de la vida de un pueblo, de una especie: la humana. Pues bien, el pueblo japonés tiene su propia forma de expresión y narración artística: el manga y el anime, que ha cogido una especial fuerza desde mediados del siglo XX hasta hoy. Se trata de un estilo de dibujos artísticos que refleja en sus contenidos, la historia de un pueblo, las inquietudes, los miedos (muchos provocados por las guerras) y los deseos más profundos del corazón, esos que son comunes más allá de regiones, fronteras o culturas.

La película que nos ocupa, Suzume, está dirigida por uno de los directores más admirados y queridos del momento, Makoto Shinkai. Sobre todo, es reconocido por dirigir la película Your name (2010), la tercera película de anime más taquillera de todos los tiempos. De forma un poco resumida, podríamos decir que el director trata de repetir en ésta, la estructura de aquella, incluso acudiendo a los mismos recursos narrativos (tiempo, canciones que enfatizan el romanticismo, flashbacks finales…). Aún así, Suzume tiene suficiente entidad propia y se sostiene por sí misma. Vayamos por partes.

La película nos presenta a una joven de 17 años, llamada Suzume, que camino del instituto se encuentra con un misterioso joven, al que termina ayudando a cerrar las puertas que conectan con otro mundo. Todo esto está generando desastres por todo Japón. En cuanto a la estructura y narración, la parte central de la película pierde un poco de ritmo, aunque lo logra recuperar con un final épico y muy bien pensado. Vale la pena destacar la ausencia de la figura paterna, ni está ni se le recuerda. Por otro lado, Suzume vive con su tía, que tampoco tiene pareja e incluso llega a echarle en cara que, haberla acogido ha tenido consecuencias para su vida afectiva y personal. Interesante cómo tampoco se busca al padre, ni queda expresado en algún recuerdo o añoranza.

Los desastres que se generan al dejar las puertas abiertas, dan pie una interesante simbología que conecta el anime con la sociedad japonesa. En primer lugar, el riesgo de que alguna catástrofe sorprenda a la población nos evoca a la Segunda Guerra Mundial, a las bombas de Hiroshima y Nagasaki y a la posguerra japonesa. De hecho, a lo largo de la película vemos, en varias ocasiones, cómo la población recibe un mensaje de alerta por terremoto, directamente en sus teléfonos móviles. Es bueno recordar que ya desde los años 50 y 60, los mangas reflejaban esa crítica no solo a EEUU sino también al militarismo y a cualquier acción bélica. El padre del manga, Osamu Tesuka, tuvo muy presente los daños que causó el ataque nuclear y lo expresó en varias obras (Astroboy, por ejemplo). También Miyazaki o Nosaka con La tumba de las luciérnagas, que es también autobiográfica (como muchas). Otro ejemplo sería el manga Pies descalzos, creado por Nakazawa, donde se narra la historia de un estudiante de primaria y de su madre, que sobreviven al bombardeo atómico de Hirosima. Hasta hace poco ha sido lectura escolar obligatoria en Japón. La guerra, con sus consecuencias, aun está viva en el sentimiento popular. De ahí, esa simbología tan arraigada en los animes y ese tono ecologista que busca salvar la naturaleza.

Pero más allá de los desastres y las guerras, Suzume es, por encima de todo, una historia de amor. El encuentro que tiene con Souta, el sellador de las puertas, mientras va al instituto, tiene ese aroma de adolescencia que poco a poco será puesto a prueba. La aparición del instituto (como lugar/espacio) también es otra expresión más del gusto e identificación japonés; el amor al trabajo bien hecho (cómo su tía prepara la comida a Suzume) o esa atmósfera post apocalíptica, como vemos en la noria abandonada o en el instituto olvidado. Pero si hay una simbología interesante y profunda es la referente al más allá. La puerta nos marca la frontera con el otro mundo, ese umbral que separa un mundo del otro. Ese símbolo (el de la puerta) lo vemos también en Ready Player One de Steven Spielberg, en esa parte final en donde el creador de Oasis se despide.

En Suzume se nos muestra un más allá amenazador, que nos reclama un sacrificio (un tipo de ofrenda) para mantener una especie de equilibrio; por otro lado, vemos a unos dioses con forma animal que juguetean y ponen a prueba. Un más allá mítico en donde el amor tiene una fuerza única y especial.

Suzume es una película de búsqueda personal, de búsqueda del amor; es también una road movie con una preocupación ecologista, que muestra el más allá y juega con el tiempo; además, profundiza en la identidad, de cómo hablar con “nuestro niño interior”. Suzume es una fábula capaz de mucho, que quizás peca un poco de ambiciosa. Aun así, el producto final es notable, con secuencias de acción bien planificadas, un hermoso lirismo visual y un poderoso nivel simbólico. Eso sí, quizás no apta para los más pequeños.

Carlos Aguilera

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