Crítica
Público recomendado: +18
Hace dos años, en 2022, Parker Finn tuvo un gran éxito gracias a su innovadora propuesta de terror Smile, que proponía algo distinto en el género, lo que es muy difícil cuando está tan trillado. Con una gran similitud a It follows (2014), Finn contaba cómo la muerte, bajo la forma de una terrible sonrisa (de ahí el título), perseguía a la protagonista. Ahora, con la secuela, da rienda suelta al engaño y a la parte más truculenta.
La estrella del pop mundial Skye Riley (Naomi Scott) está a punto de embarcarse en una nueva gira mundial cuando empieza a experimentar una serie de sucesos cada vez más aterradores e inexplicables. Angustiada por la espiral de horrores y la abrumadora presión de la fama, Skye tendrá que enfrentarse a su oscuro pasado para recuperar el control de su vida antes de que sea demasiado tarde.
La idea de Smile era que las personas que se contagiaban de la malvada entidad eran consumidas por no lograr superar sus traumas y, una vez vencidas por el miedo, ésta las llevaba al suicidio delante de un testigo para poder pasar a la siguiente víctima. Aquí nos encontramos seis días después de la más reciente y, como hubo un testigo, sigue la maldición. Naomi Scott encarna con mucho acierto a la atormentada protagonista y Finn sabe dirigirla muy bien para que nunca estemos seguros de si lo que está viendo y viviendo es real o fruto de su progresivo deterioro mental.
Es de recibo reconocer que, aunque se regodea en los momentos sangrientos incluso más que en la primera película, logra más impacto en otros como con esa pequeña fan con una sonrisa que hiela la sangre, o esa persecución al estilo “escondite inglés” dentro del apartamento de Skye. También, y sería injusto pasarlo por alto, ese horripilante cameo de Ray Nicholson, hijo del mítico Jack Nicholson, sonriendo maliciosamente. Queda claro que, de tal palo, tal astilla.
Smile 2 es, en sí, una crítica muy fuerte y directa a los excesos a los que puede conducir la fama en el mundo de la música cuando sus protagonistas no saben parar: artistas que, por presión extrema, buscan consuelo en las drogas cuando su cuerpo no da para más, y cómo éstas no son precisamente las que más ayudan. Al final, se puede concluir, no hace falta una entidad maligna para llevarte a un fatal desenlace, solo un “yo controlo” repetido las suficientes veces como para creérselo. No se salvan de la crítica esos padres que priorizan ganar millones a costa de sus hijos aprovechándose de su fama.
Como secuela cumple ofreciendo más y algunas explicaciones que no vienen mal, pero le pasa lo mismo que a su predecesora, se alarga demasiado, con 127 minutos que habrían quedado mejor siendo 100. Gustará a los fans del género terrorífico que tengan un buen estómago ya que hay unas cuantas escenas que casi obligan a apartar la mirada de la pantalla.
Miguel Soria