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Son of Babylon

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

La tragedia de la Segunda Guerra del Golfo y la posterior reconstrucción de Irak nos está dejando algunas de las mejores películas de los últimos años. Es como si el buen cine creciese allí donde los traumas son más profundos y el dolor más intenso.

Como si los directores de cine pudieran conjurar –al igual que los poetas- el sufrimiento para hacerlo más llevadero, más humano, y alejar la locura y el suicidio. Así, Mohamed Al Daradji lleva varios años tomándonos de la mano para conducirnos a los abismos de la desesperación sólo para mostrarnos que seguimos vivos y cuerdos. Cuando sus películas terminan, uno no sabe si llorar o salir bailando para celebrar que aún no ha muerto. En Ahlaam (2006) nos condujo a un psiquiátrico del Bagdad de la posguerra. Después, rodó un documental cuyo título lo dice todo: Guerra, Amor, Dios y Locura (2008). Casi nada.

Son of Babylon es una road movie: el espectador acompaña a una abuela (Shazada Hussein) y su nieto (Yasser Talib) en busca del hijo de aquélla, que es además el padre del niño. Se sabe que desapareció o que puede estar muerto o que tal vez no lo esté… En suma, no se sabe, en realidad, nada de nada. Esta pareja de una anciana y un chaval recorre buena parte de Irak mientras la mujer se enfrenta al horror y el pequeño lo descubre. El amor de una madre, la indignación, la esperanza, la desesperación y una fuerza que parece brotar de las entrañas impulsan a esta mujer que lleva fuego en la mirada: le falta un hijo y lo está buscando. El nieto la acompaña, la sostiene, la protege con su palo de los lobos y los perros como le han encargado… Está buscando a su padre y se está haciendo un hombre que carga con un peso que pocos podrían soportar.

La luz es brillante. La fotografía es estupenda. La dirección de actores ha logrado que esta abuela y este nieto encarnen a todos los nietos y todas las abuelas de los conflictos del mundo desde Afganistán hasta la destrucción de Yugoslavia y las guerras civiles de los 70 y 80 en Hispanoamérica. El guión va desgranando paso a paso las distintas etapas de un drama que atraviesa la cuna de la civilización: la antigua Babilonia, Irak.

¿Y hay sitio para la esperanza? Tal vez el director contestaría como respondió Kafka a Gustav Janouch cuando le preguntó si la había: sí la hay, y en abundancia, pero no para nosotros. La mirada del director no es complaciente ni optimista pero acoge una especia de esperanza terrenal que se encarna en la gente, en los tipos con quienes se van cruzando la abuela y el nieto, en las miradas y los gestos de los tirados, los últimos, los olvidados. Es como si durante 100 minutos la pregunta sobre Dios y el sentido del mal gravitase por la sala del cine. No dejen de ver esta película con sus hijos mayores.

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