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Star Wars: Episodio VIII – Los últimos Jedi

Caratula de ""

Crítica:

Público adecuado: Jóvenes

Llega el esperadísimo nuevo episodio de la saga Star Wars, después de que El despertar de la Fuerza se convirtiera en un auténtico fenómeno social hace dos años.

En esta ocasión el nuevo director, Rian Johnson, ha optado por un cambio de enfoque que ha convertido la película en una de las más discutidas entre los fans.

Rey intenta convencer a Luke Skywalker para que ayude a la resistencia y para que la guíe en los caminos de la Fuerza. Mientras, la malvada Primera Orden arrincona a los cada vez más diezmados rebeldes.

A pesar de que El despertar de la Fuerza dejó contentos a casi todos los espectadores, muchos le reprochaban haber ido demasiado a lo seguro, calcando prácticamente el esquema de La Guerra de las Galaxias original. Parece que Rian Johnson tomó buena nota y desembarcó en este episodio octavo con la idea clara de huir de los planteamientos seguros. Se diría incluso que se recrea con cierto humor autoparódico en frustrar las expectativas de los fieles seguidores de la saga. Este planteamiento es sin duda arriesgado, brinda algunos momentos sorprendentes, y eso se agradece. Además,  Johnson incorpora esa filosofía a la propia historia, que gira en torno a superar el pasado, las ideas preconcebidas del bien y del mal, casi como si estuviera hablando directamente a la  base fan de Star Wars, pidiéndoles que renieguen de la mitología creada por George Lucas.

El propio Mark Hamill reconoce que no comparte con Johnson su visión sobre Luke, su personaje. Sin duda resulta extraño ver al héroe de la primera trilogía retratado de un modo tan desencantado. Sin embargo, posee el arco de transformación más interesante en la película, un maestro que debe aprender a asimilar el fracaso, y asumir su responsabilidad.

Johnson también aprovecha este espíritu desmitificador para introducir mensajes políticos de forma no demasiado sutil en contra del capitalismo y el negocio de la guerra. También se aprecia una mirada crítica sobre las religiones (idea representada por el último templo Jedi que custodia Luke Skywalker), abogando por una espiritualidad personal tipo New Age.

La película reutiliza ideas y situaciones vistas en El Imperio contraataca y El retorno del Jedi, pero lo hace de modo que el cambio de contexto supone una reinterpretación fresca de las mismas.

El problema es que la forma cinematográfica no termina de cuajar del todo: la primera hora es demasiado lenta, lo cual lastra el resto de la película, que termina haciéndose algo larga. Además, se ha concedido una subtrama a dos personajes secundarios de escaso carisma, que hace decaer el interés del espectador. Algunas otras arritmias y problemas de montaje se suman a la lista.

En definitiva, un contraste de aciertos y errores, atrevimientos y reciclajes, que convierten esta Los últimos Jedi en una extraña película, interesante y distinta en sus planteamientos, pero desigual en su ejecución; brillante en algunos momentos y torpe en otros.

El debate entre los fans de Star Wars alrededor de este octavo episodio promete durar años. ¿Una original vuelta de tuerca o una traición al espíritu de la obra de Lucas? Puede que tenga algo de las dos cosas.

 

 

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