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Straight outta Compton

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Un  pequeño grupo de chicos de la calle, de raza negra, encerrados en los estrechos límites de un barrio, y en situación de práctica marginalidad social, logra expresar a través de una música nueva, agresiva, punzante, poco melódica, más rítmica y percusiva, una experiencia de comunidad. Experiencia dura, descarnada, la que viven en su día a día. Drogas, violencia policial, conflicto racial, humillación, rivalidad de bandas, hermandad o desprecio. Letras impregnadas del lenguaje y del habla del barrio, críptico, soez, lleno de segundos significados, de palabras que solo cobran sentido en el seno de la comunidad que las ha moldeado en su día a día. Así empieza la historia del grupo de rap NWA, del que salieron algunos de los más grandes del género: Dr. Dre, Ice Cube y el malogrado Eazy-E. La historia se basa en los hechos reales de aquel grupo, controvertido, difícil y amenaza pública.

La película, deliberadamente oscura, relata cronológicamente los hechos y nos vuelve a traer a la memoria aquellos actos de brutalidad policial que llenaron nuestros televisores a principios de los años 90 con la violencia racial y los disturbios que respondían a la impunidad en que se movía aquella violencia. La cinta toma aquí un claro partido, no podría ser de otro modo; y el espectador es llevado a sentirse en el pellejo de estos chicos cacheados y humillados en cualquier momento, en cualquier lugar y a cualquier hora del día, por una policía sin escrúpulos. Esta violencia puede filmarse de muchos modos y Gary Gray ha optado por no cargar las tintas; sabe hacernos empatizar sin necesidad de que sintamos cada golpe; nos pone ante un “muestreo”, evitando expresiones morbosas e innecesarias; la violencia no es una estética, es todo lo contrario.

Se trata de un relato que siempre capta al espectador, pues la tensión dramática se mantiene siempre, renovándose los sujetos que la provocan. El conflicto se produce con la policía, pero se encuentra también entre la propias banda, en las facciones y camarillas en su seno; el conflicto se produce también con los sellos discográficos, dirigidos por ejecutivos blancos impecables que explotan el filón de una música negra que seduce a un público universal, con independencia de clase, raza o país. Estos ejecutivos advierten el potencial de estos músicos callejeros y son testigos de la reacción de un público que entiende su lenguaje y su rebeldía. Acuden así ante la oportunidad que se les ofrece y promocionan el sonido y a los artistas; les ayudan frente a la policía, les ponen coche y casa, pero no dejan de ser un nuevo elemento de grave conflicto, las marañas legales, la ocultación, el fraude la apropiación indebida se unen y se dan la mano con la admiración y el interés por el arte; el dinero y la fama también hacen su labor en la división en una comunidad que lleva a gala la hermandad, el mutuo apoyo, y que se manifiesta muy particularmente en el nivel de contacto físico, los saludos y gestos.

No recuerdo si fue el bluesman Elmore James u otro  de su generación. En los años 40 y 50 tocaba ante audiencias universitarias, blancas, precedentes de la generación de la canción protesta. Decía que cuando tocaba ante ellas no decía lo mismo que cuando tocaba ante su gente. Pero que si lo dijera, daría igual porque “no me entenderían”. Así ha sido el patrón del resto de las grandes músicas que la raza negra ha regalado a la humanidad en el siglo XX: el jazz, el blues, el r’n’b, el soul, y luego el rap y el hip hop. Es la historia, también cierta, contada en películas como Cadillac Records (Darnell Martin, 2008): una comunidad de músicos negros expresa a través de la música la dureza de su vida, de modo que exorciza sus males; pero la música no es, inicialmente para todos; de algún modo y en el lapso de pocos años, el género pasa a ser música mainstream y a atravesar toda distinción racial, de clase, de país, de continente, etc. El fenómeno se torna mundial y adquiere respetabilidad. Ahí lo testifican los Ella Fitzgerald, Satchmo, o figuras como Chuck Berry, Muddy Waters (con su glorioso epígono los Rolling Stones), la Motown (con homenaje de los Beatles incluido).

 

 

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