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Summer of Soul (…or, When the Revolution Could Not Be Televised)

Caratula de "Summer of Soul (...or, When the Revolution Could Not Be Televised)" (2021) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

Si el verano de 1967 fue llamado “el verano del amor”, el de 1969 se llama en este documental y con mucho acierto: “el verano del soul”. Durante algo más de un mes, el barrio neoyorquino de Harlem y su Mount Morris Park se convirtieron de verdad en “el templo del soul”. 1968 fue un año muy convulso en medio mundo, y también en los USA, con revueltas universitarias, disturbios en Chicago, una conflictividad racial y política que amenazaba la seguridad del sistema, y la que se sentían verdaderamente excluida y amenazada era la población negra, que vivía en una marginalidad completamente alejada de su importancia humana, social, cultural y económica. El asesinato de Martin Luther King fue un acontecimiento terrible para ellos, que presagiaba mayores dolores y angustias pues se unía a otros magnicidios como el anterior de J.F.K., el de Malcom X o el de Bob Kennedy. Nada era fácil para una comunidad históricamente perseguida, maltratada y humillada y que en aquellos años era aún víctima de la inercia de un sistema legal segregacionista, e inhumano.

Por eso destaca más la grandez y la visión de quien logra canalizar las esperanzas y las frustraciones de toda una comunidad (con tradiciones y procedencias muy diversas) para organizar un gran festival de música “negra”: soul, blues, jazz, ritmos africanos y de otras minorías como las percusiones portorriqueñas. Esto fue lo que ha sido filmado en el documental: el Harlem Cultural Festival de julio de 1969. Toda una explosión de luz, color, música y energía. Durante los fines de semana de julio de 1969 se reunieron en el Mount Morris Park de Harlem más de 300.000 personas para escuchar a un impresionante elenco de artistas como Stevie Wonder, Mahalia Jackson, Sly and the Family Stone, Gladys Knight, etc. Una música que era expresión de generaciones y comunidades, catártica y energética, sanadora y combativa, sensual e insinuante, dolorosa y doliente. Como la vida misma. El documental recoge muchas de estas enormes actuaciones, intercaladas y comentadas por algunos de los asistentes (adolescentes o niños por aquel entonces y de periodistas que vivieron los hechos ya desde el púlpito de su columna o artículo. Los cincuenta años transcurridos otorgan perspectiva suficiente para ponderar el alcance histórico que tuvo un festival de estas características como fenómeno exterior de toda la vida oculta de un pueblo creativo y fuerte, capaz de resistir las mayores opresiones.

¡¡Larga vida a la música negra!! Sin ella no estaríamos donde estamos hoy. La deuda contraída es demasiado grande para ser contemplada. No podemos salirnos del plano para ser consciente de su dimensión.

Un festival de estas dimensiones no podía surgir de la nada: décadas de música y dolor, de luchas y amargas derrotas, pero que se abría paso con una fuerza apabullante. La lucha por los derechos civiles tenía su banda sonora, y tarde o temprano le tenía que llegar el marchamo de la respetabilidad o del acceso al mainstream. Pero ese año sucedió, por aquellas fechas un acontecimiento que lo eclipsó: el sol de Woodstock no dejó sitio para que este festival pudiera alcanzar ningún rango como elemento explicativo de la historia. Woodstock fue tan importante en lo que sucedió como en la leyenda que generó. Pero el Harlem Cultural Festival cayó en el olvido. Todas las cintas acabaron en un sótano.

Pero esta explicación no es convincente. Woodstock no es la mera causa del olvido de este festival. Los productores no encontraron interés al tratar de vender los derechos y permaneció, así, olvidado durante cincuenta años. Pero eso no es creíble. Desidia, negligencia o mera avidez de dinero han debido jugar su papel. Hay millones de películas que, con mayor o menor acierto, enfocando más o menos la cuestión, nos hablan de la trascendencia y el valor de la cultural negra y de los artistas negros para forjar el panorama musical, y por tanto cultural, de nuestras sociedades: Ray, Cadillac Records, Hair, Hairspray, I feel Good, La madre del Blues, Los Estados Unidos contra Billie Holiday o documentales como Amazing Grace, La historia de Motown (Hitsville. The making of Motown) o aquella gloriosa heptalogía Martin Scorsese presents the Blues. Podríamos seguir y no parar. Por eso, es absurdo que nos digan que este documental con la grabación de un concierto en el que aparecen, entre otros, Nina Simone, Sly and the Family Stone, Galdys Knight, B.B. King, Mahalia Jackson, David Ruffin (de la Motown) y decenas de otros artistas de los años 60… no salió porque como era un festival en Harlem, propio de la cultura negra, no interesaba que saliera.

Cuando es precisamente la cultura y la música negra lo que nos bien fascinando desde hace décadas y lo que ha sido la gran revolución musical permanente del siglo XX. Los músicos negros lo han inventado todo y los músicos blancos lo han ido copiando todo (y robando también) después de ellos: sucedió con el blues, el jazz, el r’n’b, el funk, disco, rap, hip-hop… Tardía es la hora en que tenemos noticia de este Harlem Cultural Festival, pero nos ayuda a explicarnos muchas cosas.

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