Crítica

Público recomendado: +18

Sam y Tusker son pareja desde hace 20 años. Sam (Firth) es pianista. Tusker (Tucci), escritor. Viajan a través del Lake District de Inglaterra en su vieja furgoneta visitando a amigos, familiares y lugares de su pasado. A Tusker hace dos años le diagnosticaran alzheimer en su fase temprana, y el tiempo que pasan juntos es lo más importante que tienen.

Un amor. Una enfermedad irreversible. Volver a compartir un paisaje sublime.

El dilema de quién quiere más y mejor a otro: el que se deja ir para evitar el sufrimiento alrededor, o el que quiere acompañar hasta el último momento al ser querido, sea como sea el estado. Pero queda suspendida la pregunta en el aire, como pompa de jabón, porque el amor es cosa de dos, no de uno sólo. No sólo de la elección de uno, sino de la elección de los dos.

Si la elección de uno se impone sobre el otro, hay algo de narcisismo y de egoísmo, de afirmación personal.

Quizá hay algo perverso en la lógica sobre la que se asienta la película y que Sam (magnífico Colin Firth) reprocha de una forma enamorada y doliente a Tusker.

Porque la lógica íntima de toda relación, es el amor que se entrega, que se dona. El secreto de esta vida no es que seamos perfectos, fuertes, simpáticos, en la plenitud de la consciencia, sin defectos. El secreto de la vida es llegar a ser amados en nuestra debilidad y fragilidad, y amar al otro en su debilidad y fragilidad. Es poder decir: soy fiel a la persona a la que amo, a pesar de la dureza de las situaciones por las que se atraviesen. Y ser capaz de abrirme a recibir el amor en mi fragilidad.

Por eso echo en falta en esta película con dos actores excelentes, que se hubiera profundizado más en el sentido del amor, resulta demasiado trivial la forma de abordar la relación y la amenaza de la pérdida.