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Templario

Caratula de "Templario"

Crítica

Bellas panorámicas brumosas, una ambientación acertada y un vestuario cuidado no son argumentos suficientes, aunque sí necesarios, para sostener una historia medieval. Por mucho que estos elementos den verosimilitud y ofrezcan consistencia a la motivación principal de los héroes: la lucha por la libertad, si ésta no se sostiene en un guión que aporte bastante más que peleas a espadones y herramientas de tajar, y amputaciones a espuertas, rodadas con cámara espasmódica.

Estamos hablando de “Templario”, de Jonathan English, que ha embarcado en este chapoteo de sangre a actores del talento de Paul Giamatti, Brian Cox y Derek Jacobi.

Hay también una trampa, ya recurrente en otros filmes y en literatura “best seller” actual, que carga de nuevo sobre los manejos espurios del Papa de la época y sobre la moral inhumana a la que se ven sometidos –según el guión del propio English y de Erick Kastel- los componentes de una orden, los templarios, obligados a convivir (no sabemos el porqué, más allá de que su vinculación conla Ordenofrece supuestamente el “gel” para lavar una conciencia acostumbrada al crimen en Tierra Santa) y a practicar la violencia en sus expresiones máximas por una obediencia debida,  para la que no tenemos respuesta convincente en los algo más de 120 minutos del filme.

La historia: corre el siglo XIII en Inglaterra, Juan I, (Paul Giamatti)  el Juan sin Tierra de Robin Hood, se arrepiente de firmarla CartaMagnapor la que concede privilegios y capacidad de decisión a los nobles (que no a la plebe) y empieza a asesinar a quienes se interponen en su camino en volver a disfrutar del poder absoluto. Para este fin, se ayuda de su ejército, sin apenas protagonismo, una hueste de mercenarios daneses (el componente “bárbaro” da un punto de salvajismo irracional que sirve de válvula de escape para la desinhibición controlada de espectadores en tiempos de crisis) y las bendiciones papales que permiten al monarca hacer a su antojo.

Como no hay villanos sin héroes, y Juan lo es en grado sumo, los nobles deben ser aguerridos y sin escrúpulos para estar a la altura en la confrontación con el Lado Oscuro. Ellos son el detonante pero no reúnen todos los requisitos y debe aparecer un superhéroe, a ser posible atormentado y resolutivo; es Thomas Marshall (James Purefoy), caballero del Temple, que jura venganza ante la tumba de un anciano monje venerable, al que el rey corta la lengua a la vista del pueblo y de los espectadores que asisten al filme.

La resistencia a los desmanes del rey es capitaneada por el conde Albany y Marshall que reúnen a unos pocos soldados que habían servido al primero y por medio de una estratagema se harán con el castillo de Rochester, enclave vital para contener las ambiciones de Juan en su conquista de Inglaterra. En esta fortaleza se parapetan y junto con el dubitativo regente del lugar, Cornhill (Derek Jacobi), intentarán frenar al monarca hasta que los franceses vengan en su ayuda (desconocemos si esta solución era mejor, pues en el filme nada se nos cuenta) como adalides de la libertad.

Templario” trascurre entre arremetida y arremetida de los asediadores, con todo tipo de artimañas deleznables y de soluciones límites sobre los prisioneros, infringidas por la crueldad de Juan que sobrepasa a la de los salvajes vikingos. Pero en este caos de paranoia de sangre y destrucción hay tiempo para el amor: el que nace entre el contundente y fornido Marshall y la joven esposa de Cornhill, la cual ahuyentará en un abrir y cerrar de ojos los fantasmas del monje-guerrero y lo convertirán en un ser que recupera la paz interior.

Si a pesar de lo dicho, queda vigente el deseo impoluto de ver “Templario” o son amantes de estas películas de época, no cercenen el superior deseo y vayan a ver el filme; por lo menos disfrutarán con las interpretaciones –estas sí son notables- del polifacético Paul Giametti, Brian Cox y Derek Jacobi, de unos magníficos paisajes y de una ambientación conseguida.

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