Crítica
Público recomendado: +12
Básicamente, la historia de El tenor ya la hemos visto, pero esto no supone un problema. No vamos a lamentarnos de encontrarnos con una historia bonita por más que nos la hayan contado muchas veces. Sería como si alguien nos presenta una chica guapa y en vez de sorprendernos y admirarla, dijéramos, pues ya ves tú, otra chica guapa, eso ya lo hemos visto… Solo los tontos y los resentidos se quejan de encontrar aburrida la belleza. Los que disfrutamos en su día del Equipo A ya sabíamos que la historia era siempre la misma: un pequeño propietario -que por cierto, tenía siempre una sobrina que estaba como un pan- era amenazado por una banda de mafiosos; el Equipo A llegaba a ayudarle y le daba una lección a un pequeño destacamento de estos rufianes. Los mafiosos tomaban medidas contra el Equipo A y después de reducirles, antes de acabar definitivamente con ellos les encerraban en un hangar que estaba lleno de soldadores, sierras eléctricas, maderas, placas metálicas, etc. El equipo A construía un armamento casero impresionante y a la llegada de los malos malísimos hacían saltar sus coches por los aires y sin matar a nadie, los dejaban aturdidos a todos, y los reducían para que cuando llegara la policía local, no tuviera más que tomarles declaración.
A mí también me gustaba que los planes salieran bien, como a Aníbal. Y a los que les guste que las películas al fin y al cabo sean positivas, Tenor es una de sus películas. Los ingredientes son conocidos: una profesora y un alumno, de ambientes opuestos, establecen una relación que lo cambiará todo. Madame Loyseau, profesora de canto en la Ópera Garnier de París, con toda la grandeza y el esplendor de su edificio y de su historia, encuentra a Antoine, repartidor de sushi, que vive en un barrio conflictivo, y se dedica al rap y a las peleas de gallos. El hermano de Antoine se bate como boxeador ilegal para ayudar a que su hermano estudie algo de utilidad.
Madame Loyseau reconoce el talento del chico y tiene que vencer los prejuicios y obstáculos, prejuicios de clase, de educación, etc, y el alumno tiene que luchar porque se siente fuera de sitio en un ambiente de ricos, y para colmo en su barrio, la pandilla de amigos no entiende que un chico de los suyos se vaya con los otros.
Hay temas muy propios del cine francés que vuelven a salir, como la necesidad de la integración cultural, de evitar guetos y segregaciones o la educación pública; y por supuesto los temas eternos que acompañan al hombre, la importancia de la familia, por muy desestructurada que esté, la enfermedad y el sentido de la vida, aunque sea en sentido horizontalista, la belleza y la comunión que provoca en las personas la contemplación de la misma, la amistad verdadera, al amor, etc,
Todas las subtramas, bien planteadas, se resuelven satisfactoriamente en el clímax final. No importa que sepamos con seguridad hacia donde nos lleva el director. El final no es sorprendente, pero sí es enormemente emotivo y terriblemente eficaz, un canto -en sentido literal- a la vida, a la amistad, a la belleza.
Sí, me gusta que los planes salgan bien.