Crítica
Público recomendado: +16
Si echamos un vistazo a la cartelera otoñal 2019, podríamos pensar que estamos en la década de los 80 en la que solían coincidir en los multicines un tal Arnold Schwarzenegger y un tipo como Sylvester Stallone, ya que hace menos de un mes se estrenó Rambo:Last blood y en estos días podemos sufrir o disfrutar de la sexta entrega de Terminator: Destino oscuro. Se trata de una saga que reaparece tras largos periodos entre una y otra.
La dirección ha corrido a cargo de Tim Miller, que nos hizo disfrutar a todos los aficionados al cómic con la producción de superhéroes Deadpool, no apropiada para el público infantil por su humor negro y su hedonismo.
El guión está trabajado, teniendo en cuenta el género del que estamos hablando, porque ha pasado por 6 manos (este detalle a veces puede ser un arma de doble filo), aunque destaca sobre todos ellos David S. Goyer, cuyas señas de identidad quedan patentes y son sinónimo de garantía. El libreto está cargado de frases lapidarias y chistecitos que pretenden sacar la sonrisa de un público cómplice que conoce la personalidad de los protagonistas y sus comentarios de memoria. El problema es que, cuando se estira tanto el chicle, todo resulta un tanto repetitivo por muy espectaculares que sean los efectos especiales.
El reparto lo encabezan, como no podía ser de otra manera, Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton en el papel de Sarah Connor. El citado actor/político ha recibido con ilusión y alegría que se haya vuelto a recurrir al equipo original diseñado por James Cameron. Esta nueva entrega de esta interminable, pero rentable saga, lo que promete lo cumple, es decir; buenas dosis de acción y violencia, tratando los mismos temas de siempre.
La película, de algún modo transmite, la idea de un personaje mesiánico, destinado a salvar a la humanidad ante un posible desastre apocalíptico, con un guiño mariológico (un poco chirriante) representado en un personaje hispanoamericano de fuertes lazos familiares y que se entiende, al menos simbólicamente, cristiano. Por otra parte, el realizador apunta el drama de la inmigración y coloca a un personaje que defiende la dignidad de la persona ante semejante problema. Finalmente, vuelve a abrir el debate sobre si las máquinas podrían llegar a ser autoconscientes.