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The Bee Gees: How Can You Mend a Broken Heart

Caratula de "The Bee Gees: How Can You Mend a Broken Heart" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +12

Película estrenada en plataformas

Puede que en el imaginario pop que todos llevamos dentro, los Bee Gees hayan quedado encasillados en alguna de las etiquetas que durante un tiempo les fue asociada, como la de música disco, o que no seamos capaces de separarlos de aquellos falsetes que marcaron a toda una generación hortera, la del Saturday Night Fever de Travolta y la eterna Stayin’ Alive; cuando la fiebre de las discotecas afecta también a hombres de 30 y 40 años de clase acomodada y en que no existía la depilación láser para hombres y que las estrellas del pop lucían sus pectorales belludos sin complejos. Pero volviendo a Bee Gees, bastaría con nombrar un par de canciones, como Massachussets o New York Mine Mining Desaster para liberarnos de encasillar a uno de los grandes supergrupos del siglo XX. Si eso no bastara para derribar las categorías arbitrarias del marketing musical, este documental podrá hacerlo. Para cualquier entusiasta de la buena música, estamos ante una parada obligatoria. Vista atrás y vuelta para adelante. La trayectoria de estos grandes, lejos de encasillarse en una etiqueta comercial, guarda más paralelos con bandas como los Beatles, los Beach Boys o Queen que con muchas otras estrellas que han estado al vaivén del éxito.

El documental sigue una cierta línea cronológica en el relato, en lo que se nos cuentan, pero las voces narradoras proceden del presente y del pasado. Ya no están con nosotros ni Andy ni Maurice Gibbs, pero su visión retrospectiva del fenómeno Bee Gees aparece gracias a las numerosas entrevistas antiguas que de ellos se guardan, cuando podían mirar su propio fenómeno con perspectiva. Las palabras de Barry sirven para abrir y cerrar el documental, siempre conservando y poniendo en valor el componente familiar que dio una química insuperable al trío, por mucho que entre él y Andy existiera la rivalidad creativa de querer ser el primer cantante, rivalidad que ha dado innumerables números 1, como en su día la de Lennon y McCartney.

El padre de estos tres brillantes muchachos ya había intentado hacerse un hueco con su banda, sin dejar prácticamente huella, más que la siembra del talento en sus cuatro hijos. El padre sería tempranamente el mánager de estos chicos y canalizaría sus primeros pasos. El cuarto hijo, el más joven, tuvo su gloria musical, con la colaboración de sus hermanos, y moriría joven de éxito, es decir, de drogas y excesos. Andy, Maurice y Barry han sido toda su vida unos enormes trabajadores y disfrutaron desde el día primero armonizando sus voces. Componían en el estudio, interactuando y estimulando su creatividad, como una máquina bien engrasada. Una buena gestión del management de la banda también fue crucial; esta vez el documental no tiene que culpabilizar a nadie de los destrozos ni de las heridas financieras; si las hubo, no se habla de ellas. Música, música, música.

El momento más dramático viene cuando desafortunada pero comprensiblemente se identifica a los Bee Gees con la música disco, y en los USA se produce una verdadera cruzada, con demonización, persecución, con quema de discos de música… disco. Los Bee Gees que estilísticamente habían progresado en diversos estilos se repusieron de la censura de sus discos en la radio (sin motivo alguno, no eran profetas de nada) y siguieron componiendo para otros artistas de renombre. Nunca se pararon y se quejaron poco. Sacaron fuerza de la adversidad, componiendo y cantando.

Los buenos musicales saben prepararnos para los momentos de la coronación definitiva de los grandes; el punto en que sus vidas adquieren un estatus del que ya no se podrán bajar nunca porque pertenecerá a las generaciones futuras. Y poder rastrear esos momentos, en los que son tocados por las musas, es algo que merece la pena ser contado. En algún caso pudo ser un concierto (Rocketman lo cifra en la actuación de Elton John en el Troubadour), una grabación (como pudo ser Please, please me de los Beatles y la conciencia de George Martin de haber grabado su primer número 1), un momento de un ensayo (en un ensayo de la desconocida banda Oasis, Noel toca por primera vez Supersonic y se dan cuenta de que algo ha estallado); o puede ser la versión que Whitney Houston hizo del clásico de Dolly Parton (I will always love you) y su papel junto a Kevin Costner en El guardaespaldas la que catapultó a la diva a las más inaccesibles cumbres del estrellato.

Los Bee Gees eran muy grandes cuando este momento llega y es el culmen del documental. Los hermanos se desplazan a Miami y allí empiezan a grabar con uno de los grandes productores de r’n’b de la mítica casa Atlantic Records, Ari Tufman. En una de las sesiones de grabación de Nights of Broadway, este les sugiere rellenar con voces más altas algunos vacíos y cuando Barry y Andy se lanzan a los falsetes algo ocurrió. No fueron los primeros ni los últimos, pero se derribaron las murallas. Todo quedó preparado para un encargo profesional: la banda sonora de una película sobre música disco que iba a protagonizar el actor del momento John Travolta. Y los Bee Gees entregan una cinta (sí, una cinta, de las BASF de antaño) con cinco maquetas: entre ellas Stayin’ Alive, How Deep is your love, Night fever. La locura.

El éxito olímpico de los hermanos Gibbs -Barry, Andy y Maurice- se basó en un talento descomunal compartido entre los tres, en la dedicación absoluta a la música desde la más tierna infancia -como diría Hernández y Fernández- y la suerte que los dioses del pop conceden a muy pocos artistas, que quedan separados para siempre de todos nosotros. Pero quedan separados del común de los mortales para que sus canciones puedan llegar a todas partes, en todo tiempo y se queden con nosotros. Larga vida a los Bee Gees.

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