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The Song of Sway Lake

Caratula de ""

Crítica

Público recomendado: Jóvenes y Adultos

El cine independiente siempre es un problema para las distribuidoras. No debería sorprender la afirmación anterior, cuando vivimos rodeados de blockbusters y películas de gran envergadura; las películas que aglomeran a todo el público, dejando al resto desvalidas y sentencias. Por ello, las distribuidoras deben asumir el riesgo de traer esas películas que “nadie ha pedido” a nuestras salas; de darnos la oportunidad de ver un cine más allá de los grandes presupuestos y las grandes marcas de Hollywood. No es bueno acostumbrarse a un solo modelo de producción, puesto que se cae en el error de mimetizar la cartelera y dar al público una fotocopia de “la película de año”. De esta forma, a nuestro país han llegado obras como Lo que esconde Silver Lake, Mandy, las películas del fantástico director Jeremy Saulnier y, más recientemente Los hermanos Sister. Esta última sí poseía cierta ventaja: un reparto de caras conocidas, un director aclamado en todo el mundo, etc. Sin embargo, todavía hay un puñado de buenas películas que optan por la vía alternativa que siguen sin estrenarse en nuestro país por miedo al choque financiero. El presente caso es un buen ejemplo: la “primera” película de director, un reparto de caras poco reconocidas, etc. No obstante, la película dista bastante de los ejemplos mencionados: The Song of Sway Lake carece una meta fija en su trama, no tiene una dirección concreta; nos presenta demasiados polos opuestos y carece de la garra
suficiente como ser reconocida.

La trama es la siguiente: un joven planea robar un antiguo disco de música de la casa de verano de sus padres, con la ayuda de un amigo ruso. Sin embargo, todo se tuerce cuando el amigo ruso se enamora de la abuela del joven. La película posee una interesante reflexión sobre la melancolía y el sentimiento de evocación del pasado: una tristeza generacional que se manifiesta en una estética apagada, en el limbo de la nada; unos personajes sin metas, ni rumbos, anclados en el ayer. Sin embargo, tanta ambigüedad emocional acaban por lastrar el resultado, al no saber tomar una dirección o un camino con el que desarrollar la tesis principal: vemos a los personajes actuar, a veces de forma impulsiva, contradiciéndose como es natural en el ser humano… Y no termina de resultar creíble. La falta de un tratamiento más trabajado es lo que, en definitiva, hace que la obra se sienta desenfocada: entre el sentimiento enérgico que destilan los jóvenes hasta la postergación y la aflicción que se desarrolla durante la trama; poco queda claro.

Visualmente es interesante: el idílico paisaje evoca a una especia de melancólico recuerdo, y se mueve por los parámetros más propios de la tristeza, al igual que sus protagonistas: el joven Rory Culkin, cuya vida en el cine independiente le ha abierto un hueco en el sector que sabe bien como explotar, además de poseer buenas herramientas actorales para hacerse valer. No
es el caso de Robert Sheehan: en su momento, su prometedora actuación en la serie Mistfits le abrió muchas puertas por las que no supo entrar, y se quedó en nada; una actuación correcta, sin aspavientos. En resumen: para los fans del cine alternativo de la guisa de la “prohibida película” de Leonardo DiCaprio, Nunca digas lo que piensas, que destilan un olor a cine maldito, pero sin la garra suficiente para serlo.

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