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Tiburón blanco

Caratula de "Tiburón blanco" (2021) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Hay determinados subgéneros a los que yo no me acercaría, a nos ser que realmente fuera a proponer un cambio absolutamente radical o que me vaya a tomar a mofa lo que voy a plantear. Uno de esos subgéneros es sin duda las películas de tiburones. Desde la célebre película de Steven Spielberg, acercarse a un escualo con una cámara siempre ha sido un ejercicio peligroso. Y no porque nos podamos convertir en el almuerzo imprevisto de uno de estos gigantes peces del agua sino porque automáticamente es imposible no acordarse de Tiburón.

Hasta ahora, se ha demostrado que la mejor manera de hacer una película de tiburones es tomándose la cosa a cachondeo como es el caso de la demencial saga Sharknado, Tiburon 3D. La presa o la más reciente Megalodón. Películas sin un atisbo de inquietudes, con una seriedad justa o completamente nula por lo que están haciendo y sin ningún prejuicio a la hora de poner en imágenes según que disparates.

Los únicos casos que han funcionado moderadamente bien fueron Deep Blue Sea y 47 metros. La primera porque continuaba siendo una comedia disfrazada de película de acción con tiburones y por eso uno podía pasar un rato moderadamente entretenido sin rasgarse las vestiduras. La segunda por cambiar las reglas de juego y hacerlo además con pocos recursos. 47 metros era más una película de suspense que una cinta de tiburones probablemente porque prestaba más atención a las construcción de la historia que a los escualos que al final son siempre los mismos, poco importa cómo se titule la película en la que aparezcan.

Tiburón blanco pretendía acercarse más a 47 metros que a ninguna otra de las películas citadas. Sin un gran despliegue de medios y haciéndose pasar por una película seria Tiburón blanco juega a ponernos los pelos de punta con la historia de un par de parejas que van la Gran Barrera de coral australiana para disfrutar de sus playas paradisiacas y sus aguas cristalinas. Ni que decir tiene que un tiburón, o tal vez varios, hará acto de presencia para aguar las vacaciones y de paso saciar su sed de carne humana.

Como podrán observar no existe el más mínimo cambio de planteamiento de la propuesta. Ni invierte la situación como hacía 47 metros ni convierte la experiencia en un parque de atracciones como ocurría en Deep Blue Sea. La ópera prima de Martin Wilson juega a ser realista y sirviéndose de un espectacular escenario natural y un aplicado director de fotografía consigue que Tiburón blanco luzca a ratos, aunque solo sea por sus impresionantes vistas. El problema es que la cosa no pasa de ahí.

Sus actores son bastante infames, aunque ellas griten muy bien. Los personajes no están ni a mitad de esbozar y las situaciones resultan bastante previsibles por lo que el interés por esta cinta bastante mediocre decae si cabe, antes de empezar. Si les evito ir a verla, me lo agradecerán.

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