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Tommaso

Caratula de "Tommaso" (2020) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

No cabe duda de que el cine de Abel Ferrara desprende una fuerza casi indómita, ciertamente salvaje. Sus películas parecen brotar de la misma fuente que los cuadros de Francis Bacon, en su predilección por mostrar, con una particular estética de trazo grueso y finísimo a la vez, la cara menos buena del ser humano. También Tommasso mana de esta tensión entre lo bello y lo horrible. El penúltimo film de Ferrara introduce al espectador en la mente de un hombre enfermo, y lo hace de modo cruel, despiadado. Por aportar un valor de referencia que facilite el juicio: si el impacto de la magnífica Joker (Todd Phillips, 2019) residía en su capacidad para transmitir el mundo interior de un maníaco, imagínense que, además, se nos hubieran mostrado su tóxica relación de pareja, sus obsesiones y compulsiones, sus meditaciones budistas, su ansiosa paternidad, sus fantasías sexuales y sus sueños mesiánicos, parafraseados (protagonista incluido) de La última tentación de Cristo (The Last Tempation of The Christ, Martin Scorsese, 1988). Pues este más, o menos, es el producto que ofrece Ferrara, cambiando al payaso por Tommasso (siempre gigante: Willem Dafoe), un director de cine y coreógrafo con indudables tintes autobiográficos. Sin ir más lejos: Christina Chiriac (Nikki) y Anna (Deedee), de apenas tres años, respectivamente esposa e hija de Ferrara en la realidad, lo son también de su trasunto en la pantalla. Precisamente a través de ellas se muestra dónde se desmorona la propuesta del realizador italiano, a pesar de estar insuflada de un innegable talento. Hacia el final de la película, Tommasso las persigue, iracundo, por las calles de Roma. Ambas lloran desconsoladas. Pero, en el caso de la pequeña Anna, el llanto no es ficción. Resulta imposible olvidar la cara de auténtico pavor de la niña, mientras golpea con sus manitas un portón enorme para intentar escapar de la bestia. El momento trajo a mi memoria el recuerdo de la crítica de Paisà (Roberto Rossellini, Italia, 1946) que escribiera Jacques Rivette en Cahiers du Cinéma. El texto, titulado De la abyección, ha pasado a los anales de la crítica cinematográfica porque el galo, comentando uno de los trávelins de la película, decía que el hombre que hacía eso era merecedor de más profundo desprecio. Cabe preguntarse qué hubiera dicho Rivette al ver el miedo en el rostro de Anna. Se plantea, también, el interrogante sobre si Ferrara es consciente de que su cine se pierde (como la relación de Tommasso) al rebasar los límites del (auto)control, al perseguir a cualquier precio un arte físico, sincero y expresivo, pero que acaba por desaguarse entre las simas de lo inhumano.

Uno quisiera pensar que el epílogo del film, un simpático vídeo casero de Anna bailando al son de un clásico italiano, es un intento de redención. Desgraciadamente, Siberia (2020), su siguiente película, parece desdecir esta benévola sospecha y confirmar, más bien, que Ferrara es un autor excepcional, pero con una obra al servicio de lo único que respeta: su propio ego.

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