Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Toro

Caratula de "Toro" (2016) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Una de las sorpresas y atractivos de Toro, la última película de Kike Maillo, es ver a José Sacristán en la piel de un mafioso del Sur, que no andaluz, porque este reputado actor madrileño encarna a un asesino peligroso y vengativo, tan amante de la imaginería religiosa como de rodearse de sicarios que agranden su imperio criminal a sangre y fuego, como son Luis Tosar y Mario Casas.

Pero tal plantel de figuras que enfilan habitualmente éxitos en taquilla, tienen serias dificultades para que sus personajes puedan sobresalir más allá de los límites que marcan continuas persecuciones, peleas constantes y violencia extrema. Así, es inevitable que Toro vaya “justo de fuerzas” y salga maltrecho con relación a la “bravura” demostrada por No hay perdón para los malditos, Grupo cuatro, Cien años de perdón, Celda 611, El niño…, un conjunto de “morlacos” salidos de las mejores dehesas hispanas que han dejado en “vaquillas” a muchas de las “bestias” de las ganaderías de las “barras y estrellas”.

Los hermanos López (Luis Tosar), Antonio (Ignacio Herráez) y “Toro” (Mario Casas) sirven en labores criminales a Romano (José Sacristán), un auténtico “Padrino”  del sur de España. “Toro” quiere apartarse de este ambiente, pero debe realizar una última “trabajo” para su jefe, a quien considera el padre que no tuvo. Todo se complica cuando, tras arrasar un local que no compraba la mercancía de Romano, López decide arramblar también con el dinero.

Con ser excesivas, hay escenas de violencia bien rodadas, pero el guion de Rafael Cobos y Fernando Navarro cojea en el fuste de los personajes, demasiado esquemáticos y previsibles, que Maillo no ha conseguido aupar, mayormente en quienes encarnan Casas y Tosar, infrautilizados, a pesar de llevar el peso de la película, el primero; y, ostentar, el segundo, una estética “gipsy” de los años 70.  Brilla más Sacristán, como mafioso hierático y brutal, que mata a golpe de cuchillo volante, con idéntica precisión que los guerreros de las dagas voladoras, de Zhang Yimou.

La alusión al realizador chino no es la única, ya que también vemos en la figura de Romano ecos de don Corleone, de El padrino, pues no tiene empacho en ejercer violencia extrema y, al mismo tiempo, aceptar la presidencia de una cofradía, vivir rodeado de esculturas religiosas, sentarse a que le echen las cartas y tener fijación por recrearse en las formas extremas de muertes de mártires.

Tanta paranoia no parece tener origen, con lo que se bocetan —más en el resto de protagonistas—  actuaciones personales sin apuntar los datos necesarios que armen trayectorias consistentes. Hay que dar demasiado por supuesto para que los personajes de Toro crezcan en veracidad y no se supediten únicamente al servicio de la venganza y de la violencia extrema. Intérpretes con perfiles abocetados en una historia previsible que, en ocasiones (el atentado a la novia de “Toro”, por ejemplo) se suplen con acciones teledirigidas de prolegómenos que deberían darse a conocer al espectador.

Lástima que esta cinta de Maillo, que fuera Goya a la mejor dirección nóvel en 2012, no alcance resultados más nutritivos y jugosos, como  hubiera sido de esperar, con los magníficos ingredientes de que disponía.

 

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad