Crítica
Público recomendado: +12
Debe haber una máxima en el cine americano de que “ninguna saga está agotada hasta que lo está… y aun así se puede resucitar”, porque si no es realmente sorprendente que se sigan haciendo secuelas y precuelas hasta el infinito y más allá. Es el caso de la que nos ocupa: Transformers, cuyo origen está en los exitosos juguetes de la compañía Hasbro. Tras varias series y películas de moderado éxito llegó Michael Bay con producción ejecutiva del mismísimo Spielberg y arrasó con su saga, especialmente la primera, la mejor de todas. Pero entonces agotó la franquicia y abandonó el barco, que siguió sin él hasta hoy, y ahora nos llega otra entrega: Transformers One, con la novedad de que es la primera vez que no hay rastro alguno de personas y, además, es animación pura y dura.
Vamos a ser testigos de la historia jamás contada del origen de Optimus Prime y Megatron y de cómo pasaron de ser hermanos de armas que cambiaron el destino de Cybertron para siempre… a convertirse en enemigos acérrimos.
Sinceramente, quedaba poco por contar sobre estos robots del espacio tras las cinco películas de Michael Bay (aunque sigue ejerciendo de productor ejecutivo junto a Spielberg), que iban aumentando la presencia de las máquinas mientras, en idéntica proporción, se iban perdiendo la humanidad y la coherencia con unos guiones sencillamente ininteligibles. Así que Josh Cooley, responsable de la exitosa Toy Story 4, ha decidido cambiar el rumbo y, con libreto de Andrew Barrer, Gabriel Ferrari y Eric Pearson, humanizar a las máquinas y explicar el origen de Optimus (Chris Hemsworth en inglés, Iván Labanda en el español) y Megatron (Brian Tyree Henry en inglés, Carlos Lladó en español), amigos inicialmente y luego enemigos por motivos que el filme explica muy bien.
No vamos a decir que el guion sorprenda porque para los conocedores y amantes de Transformers hay poca capacidad de asombro, pero sí que es efectivo con muchos golpes de humor y muchísimos guiños constantes (como cierta frase mítica o los sonidos de las transformaciones, clásicos donde los haya), así que si sumamos a eso una animación impecable marca de la ILM (la misma que hizo los fotorrealistas robots para Bay y que a día de hoy siguen siendo insuperables), secuencias de acción muy bien llevadas (algunas demasiado rápidas) y un ritmo trepidante, el espectáculo está garantizado.
Lo que también hay que reconocer es la valentía en establecer un símil entre esa “chispa vital” y la libertad que concede el tener raciocinio, alma que diríamos los creyentes. Esa parte de cada uno que hace posibles las mayores bondades si se usa bien buscando el bien común o las peores catástrofes cuando se mira solo por el bien personal y, en última instancia, la venganza confundiéndola con la justicia.
También se anima a ir más allá de la rutina, “salirse de los protocolos” como dicen varias veces, en el sentido de que a veces esos “protocolos” son más propios de las máquinas. No cuestionarse nada y aceptar el “destino” sin intentar ser mejores es impropio de un ser llamado a algo más y con capacidad para ello.
Gustará, pues, a los fans de toda la vida de la franquicia y a los chavales que quieran ver una película no muy larga, palomitera y con buenos mensajes. Y, como ya es habitual, se recomienda quedarse hasta el final para ver dos escenas poscréditos, una de ellas dejando la puerta abierta a más que probables secuelas.
Miguel Soria