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Trasto

Caratula de "Trasto" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: Familiar

Dirigida por Kevin Johnson (recuerden la sobresaliente El gigante de hierro), los productores, top: Shrek, Sola en Casa y El Principe Encantado, por ejemplo. En Trasto se rememoran continuamente las dos películas de la saga Mascotas. En ese sentido, Trasto más divertida aún. Y más amarga. Sugestiva cinta de animación, Trasto (Trouble) nos narra las singulares peripecias de nuestro chucho protagonista, ahíto de lujos y con vida regalada a tutiplén. A la sazón Trasto- una miscelánea de Terrier, bichón maltés y Alaskan Klee Kai-  vive en una mansión junto a su dueña, podrida de pasta pero siempre pendiente de su querido compi canino. Súbitamente, la muerte deviene derrape. Muere la señora, la vida de Trasto, mutación profunda.

En el ínterin, los avarientos sobrinos de la difunta, Charles y Victoria, hacen acto de presencia.  La única condición testamentaria, muy sencilla de comprender: quienes hereden sus bienes tendrán que hacerse cargo de Trasto y preocuparse de que pueda vivir como lo hacía hasta ese momento. Todo apariencia por parte de los retorcidos sobris, “pierden” al can. La calle, el nuevo hogar de Trasto. Intemperie y desolación, el paraíso perdido. Su nueva existencia, desplome. Hasta unas ardillas gamberras se unirán al séquito para mitigar la ruina avizorada del amigo cuadrúpedo. Ardillas, todo sea dicho, que recuerdan al dúo felino siamés de 101 Dálmatas. Incluso recuerdan al gran Michael Jackson. Es dable recordar, de todas maneras, otras referencias cinéfagas, siempre prestas. Por ejemplo, pasajes enteros calcados de la portentosa MouseHunt, de Gore Verbinski, todo ello puntualmente salpimentado con las ineludibles referencias a La dama y el vagabundo.

Prosigamos. Abandonado Trasto, herido, perdido, florece Zoe, su nueva compañera de fatigas y extenuaciones, generosa humana, aspirante a rompedora cantante, amparándolo en su hogar. Con ella aprende una indeleble lección. Nos sobra casi todo, todo tal vez, estamos rodeados de multitud de chismes y ajuares y cosas carentes de sentido. Demasiadas, de hecho. Y existen más lecciones en Trasto. La perenne amistad, por ejemplo, o la idea de autonomía moral, tan evocadoramente kantiana.

Trasto resulta saludablemente pedagógica – no adoctrinadora-, además de muy distraída y seductora. Simpáticos instantes musicales, trepidante aventura, acción disparatada. Y, sobre todo, un buen sabor de boca final. De eso se trata, ignorando durante hora y media el mundo de la falsa pandemia que nos oprime. Un mundo, ida la libertad, que literalmente se nos está cayendo a cachos. En fin.

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