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Última misión en Afganistán

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +13

Película estrenada en plataformas

Nos llega una interesante película rusa que afronta el fin del conflicto soviético-afgano. Su director, el ruso Pavel Lungin, ganó por su opera prima, Taxi Blues (1990), el premio al mejor director en el Festival de Cannes. Ambientada a finales de los 80, cuando la URSS comienza su retirada de Afganistán. En ella nos cuenta cómo el hijo del general soviético Vaviliev, un piloto, es secuestrado por los afganos después de que su avión se estrellara. Ante este imprevisto se suspende la retirada para una última misión: traer de vuelta al hijo del General.

La película, basada en hechos reales, nos narra las terribles consecuencias de la guerra para la naturaleza humana. Como dice uno de los soldados: “Todos morimos en la guerra de Afganistán, incluso lo que sobrevivimos; también Rusia murió con nosotros. Tuvimos que aprender a vivir de nuevo”.

El filme está rodado con varios puntos de vista, el de un joven soldado griego, un antiguo agente de la KGB y un periodista que con su cámara pretende registrar la misión, para las nuevas generaciones. La transformación y los conflictos que sufren los personajes podrán a prueba su cordura. En este sentido evoca a las películas de Spielberg, Salvar al soldado Ryan (1998) y Munich (2005). De esta última comparte ese pegajoso aspecto del mal, que contamina la mente y el alma de los soldados. Como dijo el soldado griego, “todos morimos y todos tuvimos que aprender a vivir de nuevo incluso los que sobrevivimos”. El director de Última misión en Afganistán (2019) está condecorado como Artista del Pueblo de Rusia, aunque es de origen judío.

Desde un punto de vista más antropológico, es muy interesante la frase que dicen tanto unos como otros: “que fácil es comenzar una guerra y qué difícil terminarla”. De ahí se desprende cómo el ser humano, mas allá de su origen, procedencia o religión, es víctima del mal que provoque y del de los demás. Al igual que en una discusión familiar, qué fácil es quizás dejarse llevar por los impulsos y cómo cuesta pedir perdón, cerrarla. Se intuye esta dificultad también en el General, el padre del piloto secuestrado. Todo esto expresa de fondo una clara conciencia del valor de la vida.

Muy bien trabajado el contexto cultural de ambos bandos, que matiza y afirma, datos de su identidad y pertenencia. Al igual que ocurre en pueblos de África, también en Afganistán, cuando los niños escuchan un vehículo se asustan porque le recuerda el mal vivido. La labor de los misioneros en África ha permitido que los niños africanos se acostumbren al sonido de estos coches, que ya no traen hambruna y guerra. Sin embargo, en Afganistán el dolor heredado, el miedo al enemigo, que siempre engaña y manipula, hace que los niños y adultos aun se atemoricen antes el sonido de motor de un coche o ante un helicóptero que se acerca.

Ágil y bien escrita, la película consigue con eficacia su propósito sin aburrir en el intento. Por otro lado, esta película podría servir para que el pueblo ruso pueda purgar su memoria. Como hicieron los alemanes con películas como El hundimiento (2004) o La vida de los otros (2006). O como parece que hemos empezado a hacer en España con películas como La trinchera infinita (2019) o Mientras dure la guerra (2019); en donde ya no se muestra la guerra civil para posicionarse, sino para mostrar el daño que les supuso a ambos bandos.

En definitiva, una interesante película bélica, no apta para menores, que nos muestra el declive del socialismo en la antigua URSS y cómo se reflejó en el campo de batalla y la naturaleza humana. No se la pierdan.

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