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Un blues para Teherán

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado + 13

A Javier Tolentino no hace falta presentarlo. Todos conocemos su voz al frente de “El séptimo vicio”, el único programa radiofónico diario dedicado al cine. Desde Radio 3, nos ha acompañado durante más de dos décadas. Haciendo bueno el tango de Gardel y Lepera, que advirtieron en 1934 que “veinte años no es nada”, Tolentino ha resuelto dirigir por primera vez un largometraje. He aquí el resultado.

“Un blues para Teherán” (2020) es una película muy interesante, aunque tal vez – ¡ay! – un poco lenta y confusa. El hilo conductor es un viaje a Irán a través de sus músicas. La intención de revelar un rostro del país diferente del que arrojan los informativos y la actualidad política -las violaciones de derechos humanos, el programa nuclear, las ejecuciones de homosexuales, la corrupción del régimen y, en suma, la falta de libertad- esa intención, digo, es evidente a lo largo de sus 80 minutos. Uno de los artistas que, en realidad, la explicita al tiempo que señala cómo en el resto del mundo se juzga a Irán de manera injusta.

Así, el joven Erfan Shafei, músico kurdo que quiere ser director de cine y vive con sus padres y con un loro, no va acompañando en un recorrido que tiene, no obstante, algunas zonas de confusión. La sucesión de artistas carece de consistencia narrativa y, a veces, parece más un casting de cantantes y músicos jóvenes que una película con un lenguaje narrativo propio: el del cine. Tolentino no pierde la ocasión, no obstante, de advertir, por ejemplo, de las consecuencias de las sanciones sobre el arte y la creación de los jóvenes iraníes. Es en estos detalles donde, tal vez, el sesgo político del documental se deja entrever con mayor claridad.

Por otro lado, admitámoslo: 80 minutos de música iraní casi sin interrupciones pueden hacerse algo aburridos. Ha faltado, en Blues para Teherán, esa interacción coral que encontramos en Fados (2007), la bellísima cinta de Carlos Saura. La obra de Tolentino es una sucesión algo caótica de canciones salpicada de escenas que aspiran a ser representativas de la vida cotidiana: la entrada de una mezquita, una verdulería, una conversación de Safei con sus padres (y en presencia del loro, por cierto) sobre el matrimonio… Es una pena que una idea tan buena se haya malogrado.

Sin embargo, la música es maravillosa. Hay piezas de poesía, baladas, canciones de amor que cantan las mujeres y hasta una pieza inspirada en un vals austriaco. Suena una percusión espectacular. Resuenan voces estremecedoras. El ambiente poético y musical de la corte de los emperadores safavíes debió de ser algo así. Ahora bien, para esto no hacía falta rodar una película, sino hacer una buena edición antología con enfoque musicológico. Tal vez en esto notamos que el documental podría haber dado más de sí. La confianza en el poder de la música -que, sin duda, lo tiene- resta la profundidad que le hubiese dado algo más de musicología, historia, etc. Es un documental que, de algún modo, se queda corto.

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