Crítica:

Público recomendado: jóvenes y adultos

Con Un espacio entre nosotros, el director Peter Chelsom nos presenta una historia convencional de amor y ciencia ficción, con la que quiere sorprender al público juvenil dando vida a diversos elementos del mundo de los adolescentes. La cinta plantea cuestiones como la de las relaciones en la era de internet, el miedo engendrado por el encuentro con el “otro” y el avance de la tecnología, con sus consecuencias “transhumanistas”.

El protagonista del relato es un chico de 16 años, nacido de la única mujer astronauta embarcada en un viaje espacial hacia Marte. La madre muere al darle a luz, así que el chico será criado por el equipo de científicos de la base espacial, con la sola compañía de un robot construido por él mismo. Inconciente pero muy ilusionado por lo que significa la vida en la tierra, el pequeño Gardner (Asa Butterfield) lo aprende todo a través de las informaciones que lee en la red y viendo películas.

A pesar de su aislamiento, Gardner es un chico muy positivo, lleno de energía y curiosidad, con una gran necesidad de estrechar relaciones con otros chicos de su edad. Por esa razón, desarrolla una amistad por internet con una muchacha de Colorado, Tulsa (Britt Robertson).  Su tan ansiado viaje a la Tierra se topa con un gran impedimento ya que él, por haber nacido fuera de la atmosfera, tiene un corazón y una estructura ósea que no soportaría el contacto con las condiciones de la gravedad terrestre.

A través de unas circustancias que en la pelicula toman una forma sensacionalista y a la vez banal, Gardner logra emprender un viaje en la Tierra para empezar la búsqueda tanto de Tulsa como de su padre, cuyo rostro desconoce.

Aunque Peter Chelsom tenga claros los valores que quiere trasmitir, valores que salen a la luz en ciertos diálogos y le permiten tomar algo de aire al espectador, la película no es más que una mezcla mal lograda de clichés. Todas las buenas ideas que a principio del relato parecían prometedoras se diluyen así en situaciones ridículas y convencionales, que alargan desesperadamente el relato hasta unas dos inútiles horas.