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Una bonita mañana

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

Con tan solo 42 años y ocho largometrajes en su haber, la francesa Mia Hansen-Løve, cónyuge del también realizador Oliver Assayas, se perfila como una de las directoras europeas más relevantes del momento presente. Tras La isla de Bergman (Bergman’s Island, 2021) -esa suerte de película-homenaje al cine del maestro sueco, v. https://www.pantalla90.es/peliculas/la-isla-de-bergman/- llega ahora a nuestros cines Una bonita mañana. La cinta lleva el sello de calidad de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, sección en la que fue presentada en la edición de 2022.

El film narra la historia de Sandra Kienzler (espectacular Léa Seydoux) intérprete profesional y madre soltera de Linn (Camille Leban Martins), con la que mantiene una impecable y cariñosa relación maternofilial. También está marcado por un tierno afecto el vínculo con su padre Georg (Pascal Greggory, de lo mejor de la película), un otrora brillante profesor de Filosofía a quien se le ha diagnosticado esa extraña variante de la enfermedad de Alzheimer conocida como síndrome de Benson. A pesar de su resistencia, la familia de Georg, incluidas la madre de Sandra y la actual pareja de Georg (entre las que no se percibe rivalidad, sino más bien un común interés por ayudar al viejo profesor) deberá decidir su ingreso en un hospital, del que será luego derivado a una residencia de ancianos. Sandra acompañará a su padre con inmenso cariño durante todo el doloroso proceso; en paralelo, un reencuentro fortuito la llevará a establecer una relación sentimental con Clément (Melvil Poupaud, acaso una errónea elección de casting), un viejo amigo que deberá decidir entre el hogar que comparte con su esposa y su hijo o una nueva vida junto a Sandra y Linn.

Por si quedaba alguna duda a estas alturas, Mia Hansen-Løve refuerza con Una bonita mañana su condición de autora a lo Cahiers du Cinéma, revista en la que también ejerce su labor como crítica de cine. Conforme a la noción de autor cinematográfico que propusiera uno de los históricos de Cahiers, François Truffaut, la directora no solo escribe sus propios guiones, sino que es generadora de una estética idiosincrática, con unos rasgos de estilo reconocibles -la puesta en escena luminosa, la cámara cercana, el retrato de la intimidad de unos personajes a los que mira con inmenso cariño- y unos temas de fondo recurrentes -la relación entre sexualidad y afecto, la infidelidad, la enfermedad y la vejez-. Todas estas constantes estéticas parecen convertir a Hansen-Løve en una heredera privilegiada del citado padre de la Nouvelle Vague. Como él, la parisina parece estar rodando siempre variaciones sobre la misma película (véanse, sobre todo, los paralelismos de la cinta que nos ocupa con la excelente El porvenir), a fin de profundizar un poco más en cada nuevo título en la indagación de unos personajes que parecen gozar de una bondad cuasi ontológica, a pesar de sus errores, sus decisiones equívocas o el dolor que sufren por mano de otros o que a otros infligen. Mia Hansen-Løve ha decidido hacer de su cine una mirada luminosa a una sociedad a menudo demasiado zafada en las tinieblas. Acaso razón suficiente, si no para estar con ella de acuerdo en todo, sí para tenerla en cuenta y dejarse conquistar por esta nueva propuesta que acaba, como siempre, con un abrazo: un buen resumen de su concepto antropológico.

Rubén de la Prida

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