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Una buena persona

Crítica

Público recomendado: +16

Para Ignacio.

Alguien dijo que las adicciones ligadas a sustancias nunca tuvieron que ver con la sustancia en sí, sino con la carencia que esa sustancia trata de tapar. Una muerte, un divorcio, un maltrato, abusos, traumas de todo tipo… pueden generar en la víctima una necesidad tan grande de llenar un vacío incomprensible, que el interesado trate de saturarlo de cualquier manera, con cualquier cosa. Para unos, será el alcohol, para otros, las drogas. O el sexo. O las compras compulsivas. O cualquier otro espejismo material que, no por recurrir a él una y otra vez, conseguirá saciar el hambre de sentido ni reducir el silencio atronador de un alma herida. Las dependencias, cualquier tipo de dependencia -todos lo sabemos, por experiencia propia o ajena- no llenan nada: no hacen más que dilatar el vacío. Hacerlo más ancho, más profundo, más inexorable.

Que se lo digan, si no, a Allison, la protagonista, a quien encarna una Florence Pugh desaliñada la mayor parte del metraje: la que transcurre desde el accidente que, por razón de una distracción al volante, sega la vida de sus futuros cuñados. Poquísimos minutos transcurren hasta entonces: los suficientes como para hacer desear al espectador la relación entre Allison y su prometido Nathan (Chinaza Uche). Una existencia compartida, colorida y sonora que queda también truncada por la culpa que inunda a Allison después del accidente, y que la lleva a refugiarse en la Oxy, un medicamento de la familia de la heroína. Será tras un reencuentro con los dos yonquis de su antiguo instituto cuando Allison admita que necesita ayuda, y vaya a buscarla al grupo de Alcohólicos Anónimos de una parroquia. Allí volverá a aparecer en su vida Daniel (Morgan Freeman, siempre impecable), el padre de Nathan, que cuida de su nieta adolescente Ryan (Celeste O’Connor) desde el accidente. De modo inesperado, tras su apariencia de buena persona, también Daniel esconde un Mr. Hyde que acude siempre fiel a la llamada del alcohol.

Lejos de la originalidad de la deslumbrante Algo en común (Garden State, 2004), el polifacético director y guionista Zach Braff ofrece con Una buena persona una feel good movie ciertamente previsible, aunque capaz de llevar a un público amplio una temática cada vez más presente en nuestra sociedad huérfana de esperanza, como es la drogadicción. A pesar de su guion de manual la película se ve con gusto, no en última instancia por la empatía que generan los protagonistas, Florence Pugh y Morgan Freeman, que, además de ser favoritos del público, demuestran tener una singular química delante de las cámaras. Entre los valores propios del film -más allá de la filigrana formal que domina la secuencia de la recaída de Allison en los infiernos- se encuentra su autenticidad, que conseguirá conectar de manera muy particular con todos aquellos que tengan amigos o familiares en una situación de drogodependencia. Para ellos, Una buena persona será un recurso especialmente valioso a la hora de verbalizar temas como la necesidad del reconocimiento de la propia adicción, el valor de una red de apoyo, la ardua lucha para volver del hoyo profundo de la dependencia, o el papel que pueden jugar en la recuperación la fe y una iglesia que, en este film, una vez más, se revela como el lugar donde todos caben, donde son acogidos aquellos a los que nadie quiere acoger.

Rubén de la Prida

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