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Una gran mujer (Beanpole)

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

El drama ruso Una gran mujer (Kantemir Balagov, 2019) cuenta la historia de dos mujeres en la posguerra inmediata justo cuando acaba el asedio a Leningrado. Ambas soldados en el frente. Iya (Viktoria Miroshnichenko), larga y blanca, ha vuelto antes que su amiga Masha (Vasilisa Perelygina), y trabaja como enfermera. Cuida al pequeño Pachka (Timofey Glazkov), un niño raquítico, diminuto en comparación con la alta y robusta figura de Iya. Son mujeres dañadas: Iya sufre de ataques que la paralizan por momentos, y Masha parece estar bien cuando en realidad no es así, se concentra con frenesí en tener un hijo, a toda costa.

El verde contiene al rojo, del mismo modo que la fertilidad proviene de que el principio ígneo alberga en él uno húmedo: Perséfone aparece en primavera con la lluvia y el verdor, y siempre retorna al fuego de los infiernos. Balagov, estudiante de Sokurov, inusualmente joven para este carácter profundo y serio (a ver, es ruso), fotografía en tonos verdes y carmesíes la historia de estas mujeres de la guerra en busca de progenie y compañía. Y es que entre las ruinas de la ciudad soviética lo que pulsa en las protagonistas es la voluntad de vivir incluso a costa del sufrimiento y la degradación del otro, en una pugna constante entre el rojo y el verde, los que de tanto horror solo quieren morir y los que, por la misma razón, quieren vivir. “El ascenso de la vida parte del rojo y florece en el verde”, dice Chevalier. En esta cinta esta sentencia se pondrá a prueba.

Una de las escenas más impactantes es un largo plano secuencia cuyas acciones echan a andar la historia. Sin embargo, hay una que representa tan fielmente la condición soviética que no puede dejarse de lado: Pachka está frente a los enfermos y heridos de guerra en el hospital, quienes en juego le retan a que imite a un perro. “¿Cómo va a imitarlo, si no sabe lo que es? A todos se los han comido”, dice uno. Y proceden a ladrar todos, y esperan a que el pequeño los imite, Pachka mientras, los mira sin moverse. No emite sonido: un presagio de la suerte del niño.

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