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Maravillosa familia de Tokio

Caratula de ""

Crítica:

Público recomendado: jóvenes

El cine japonés está de enhorabuena: son buenos tiempos para el cine asiático, que está llevando a cabo buenas y bellísimas producciones como la reciente y excepcional Your name (2016) de Makoto Shinkai y Una maravillosa familia de Tokio, de Yôgi Yamada, director con un vasto recorrido cinematográfico en su país, y que nos presenta ahora la segunda parte de su particular homenaje a uno de los cineastas más importantes de la historia del cine de todos los tiempos, Yasujirō Ozu, autor de una extensa filmografía con reconocimiento internacional.

Ozu realizó más de cincuenta películas, entre las que se cuenta la famosa trilogía de Noriko (formada por Primavera tardía, Principios de verano y la extraordinaria Cuentos de Tokio) y es considerado también una de las mentes que mejor ha sabido plasmar en el cine una mirada poética y contemplativa sobre la vida humana.

Con Una maravillosa familia de Tokio (2016)Yamada retoma la familia Hirata que, presentada en Una familia de Tokio (2013), esta vez se enfrenta a un nuevo problema: viven tres generaciones en la misma casa y Tomiko, la mujer del pater familias ha decidido pedir a su marido, Shuzo, un hombre arisco y envejecido, que le acepte firmar el formulario de divorcio. Tomiko está cansada de su marido porque la trata no como a una esposa, sino como a una criada y, principalmente, porque quiere seguir viviendo una vida activa: ahora escribe, también se ha apuntado a un club de escritura, y desea profundamente que su marido siga siendo su privilegiado compañero de camino en esta nueva etapa. No obstante, Shuzo ya ha renunciado implícitamente a muchas cosas: su vida se ha quedado reducida a duras jornadas bebiendo en el bar, pasear al perro y aguantar los problemas de los demás. Ha renunciado, en cierto sentido, a seguir luchando por su propia vida. Cabe decir, sin embargo, que esta no es una película desesperanzada -ni mucho menos-, sino que es una película que nos presenta a la vez dos amores y nos los contrapone: el de un matrimonio de ancianos que ha decaído y el de una pareja de novios que decide casarse. Un amor que decrece y otro que crece, ¿acaso vale la pena seguir luchando por un matrimonio tras medio siglo de convivencia? ¿Es posible recuperar la «chispa», el motor del amor inicial? Esta no es una película de maniqueísmos, sino de polos opuestos que se atraen, de amores que pueden y quieren cambiarse. Y, por si ya fuera poco, Yamada consigue dotar a esta obra de una comicidad tronchante, desternillante; sabe cuajar a la perfección la hondura de cuestiones íntimamente humanas junto con la risa; sin infantilismos y sin personajes estereotipados o planos.

Disfrútenla y, si pueden, véanla en familia, porque es una película que se enraíza en la tradición del mejor cine japonés y, a la vez, sabe ser actual y adaptarse a los problemas de nuestros tiempos, ¡no se arrepentirán!

 

 

 

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