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Unos días para recordar

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Comedia francesa, salpicada de ética civil, muy en la línea de la “Igualdad y fraternidad” del país galo, es la que nos propone el director Jean Becker, hijo del también realizador Jacques Becker, con Unos días para recordar, que cuenta con el protagonismo, entre otros, de dos actores que ya encabezaron reparto en dos estupendas películas, como fueron Los lioneses (Gérard Lanvin) y Las nieves del Klimanjaro (Jean-Pierre Darroussin).

Camille, un homosexual que hace la calle a orillas del Sena, se tira al agua para salvar a Pierre (Gérard Lanvin: Los lioneses, 96 horas, Mi hijo y yo, Secretos de Estado…) que ha caído desde uno de los puentes del río. Una vez en el hospital, el herido no recuerda nada de su accidente, pero sufre pesadillas que representan a un hombre ardiendo.

Para las averiguaciones preceptivas, le visita el policía Maxime, quien desvela a Pierre el nombre de su salvador. Estas visitas se amplían a otros personajes, como el hermano del herido, Hervé (Jean-Pierre Darroussin: Las nieves del Klimanjaro, 22 balas, Peregrinos, ¡Si yo fuera rico!…), Camille, una joven interna de otra planta que pretende el ordenador del herido para operar en sus redes sociales y, por supuesto, el personal sanitario.

Así, la habitación del convaleciente se convierte en el escenario donde discurre la acción y donde Pierre vuelve a contactar con gente normal y, así, salir de una vida que comparte únicamente con su gato, tras el fallecimiento reciente de su mujer y la carencia de hijos.

Pero la vuelta al mundo no es tan fácil, como atestiguan sus encontronazos, por ejemplo, con su salvador, que le visitará en el hospital y al que recrimina sus andanzas nocturnas, o con la enfermera Myriam.

Esta apertura forzada –una de los aspectos más interesantes de esta comedia- va dando sus frutos, al tiempo que desvela la urdimbre existencial de los personajes con relación al amor (cuantas más relaciones, mejor, para “cicatrizar” infidelidades o para ser feliz), la muerte (una puerta a ninguna parte) y las heridas de la vida.

El guión, coescrito también por Becker, pasa de puntillas por estos temas, incluso por las causas de las pesadillas recurrentes del herido, que se irán desvelando a  lo largo de los 81 minutos de la película, así como su caída al Sena desde varios metros, primera escena con la que nos sorprende el filme.

En definitiva, se pretende detener hemorragias existenciales con tiritas, lo cual no convence ni a quienes las proponen, aunque se destaque el voluntarismo moralizante  para superar los traumas.

Cuando rechazamos la apertura a la posibilidad de la transcendencia (que campea a sus anchas en la cultura occidental), aplicamos planteamientos “buenistas”, insuficientes para responder a los avatares de la vida, que no por censurarlos, se solucionan con las fórmulas propuestas por moralinas cívicas.

 

 

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