Crítica
Público recomendado: Todos
Valentina, mediocre cinta nominada a mejor película de animación en los Premios Goya 2022. Grosso modo, trata la historia de una cría de siete tacos. Valentina echa de menos a su abuela y tiene la autoestima extremadamente baja. Por los suelos, diríase. Las orugas se convierten en mariposas, le recordaba su yaya. Pero se olvida recordar que las mariposas viven poco, muy poco. Y no viven grandes vidas. Y devenir de la majetona Valentina: unos colegas “imaginarios”, indeleble múrido culmen, y plurales (y desatinadas) tonadas de Milikito le ayudarán a superar la situación.
Valentina trata el asunto de la trisomía 21. Vulgo, síndrome de Down. ¿Una tara terrible o una capacidad especial? El síndrome de Down y otros y variados deterioros son vistos socialmente como una aterradora desgracia, que en el mejor de los casos debe aceptarse con resignación. Sin embargo las personas que tienen en su casa personas que arrastran tales carencias suelen coincidir en que, a pesar de las enormes dificultades y bretes y apuros, el amor que ofrecen ayuda a toda la familia, pura reciprocidad, invitando, también, a brindar y devolver todo el amor dado, de forma generosa y gratuita, y facilitando la cohesión del hogar. ¿Hipocresía, autoengaño, realidad?
Cinta flojita, deslavazada, liosa, ópera prima de la directora ferrolana Chelo Loureiro, los setenta minutos de metraje sobrevienen largos, larguísimos por momentos. Valentina es simpática, vital y, muy importante, resuelta y espontánea. Pero la historia aburre, mal hilada. Cinematográficamente, errática. La historia de Valentina que anhela ser trapecista nos habla de los adioses vitales y de novísimas sendas existenciales. De la inclusión y de la diversidad y de la sostenibilidad, pura papelera restaurada, triple y vacua verborragia del (falaz, entre otras siniestras cosas) Nuevo Orden Mundial. Pero narrativamente, lo dicho, deviniendo el hastío y la languidez y el agotamiento.
Y recordando Islandia, claro. En tal país, sólo se registran entre 1 y 2 nacimientos por año con críos con el susodicho síndrome (en una población censada, en 2020, de 366.425 habitantes) Los padres poseen toda la información mucho antes del parto. El sistema de/contra la salud islandés ofrece a los progenitores A y B (ironic mode) una serie de test diagnósticos para determinar si los fetos poseen algún tipo de “dificultad” o si presentan alguna potencial enfermedad genética. La inmensa mayoría de los padres islandeses decide realizar tales pruebas. La mayoría, las cifras aúllan, cuando conoce que su hijo posee elevadas probabilidades de nacer con Síndrome de Down resuelven acabar con su incipiente vida. Silencioso e intrauterino exterminio. Maltusiano. Eugenésico. Genocida.
Y Valentina, como en su día Campeones de Fesser (como casi todas), abundando en tamaña e infinita hipocresía social. Dictadura, cada vez más brutal, de la corrección política. En fin.