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Verano del 85

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público adecuado: +18.

La voz en over que inaugura Verano del 85 revela a Alexis (Félix Lefebvre) como lo que los analistas de cine llaman narrador intradiegético (está dentro de la historia) y homodiegético (cuenta su propia historia). Poco después se descubre que Alexis es también y, ante todo, un narrador homoerótico, cuyo discurso oral y escrito (en el que se apoya el fílmico de Ozon) gira en torno a su (¡cómo no!) arrebatada historia de romance gai con David (Benjamin Boisin) un muchacho algo mayor que él, narcisista e intrusivo como su madre (Valeria Bruni Tedeschi). Por iniciativa de este último, se establece entre los jóvenes un juego de control y sumisión con un jugador inocente, Alexis, y otro perfectamente consciente y que, por tanto (¡atención, spoilers!) no tiene reparos en utilizar al primero para su entretenimiento hasta que se encuentra un nuevo juguetito (Alexis dixit): Kathe (Philippine Velge), el tercer vértice del primero de los dos triángulos amorosos que definen el arco (iris) dramático de la película.

La obra de François Ozon, y en particular su nuevo largometraje, bebe de los grandes maestros del cine francés. Así, el papel preeminente de los diálogos y los personajes contradictorios parecen herencia indiscutible de las películas de Rohmer, en este caso muy especialmente de Pauline en la playa (1983). Por otra parte, la temática de los tríos amorosos, la narración en voz over y la obsesión por la figura paterna se antojan préstamos evidentes del universo fílmico de François Truffaut. Más allá de las fronteras del cine galo, la obsesión de Alexis con la muerte y sus repetidos intentos (imaginarios) de suicidio delatan a la película de culto Harold and Maude (Hal Ashby, 1971) como otra de las fuentes primordiales de Verano del 85. Además, como buen director posmoderno, Ozon no solo se complace en el arte de la cita, sino que se permite también algunos divertimentos de reflexividad cinematográfica por medio de las miradas a la cámara y de algún malabarismo diegético con la banda de sonido. No cabe duda, por tanto, de que el parisino sabe lo que quiere, de dónde viene, y adónde va. Y eso ya es mucho, pero no lo suficiente como para salvar su nuevo film de la constante y frustrante impresión de ser un proyecto fallido, un doliente quiero y no puedo, como la relación entre David y Alexis. Será, acaso, que le falta el compromiso personal con su obra, tan característico de Truffaut, o que le sobra el empeño -ajeno a la independencia de Rohmer y Ashby- por complacer a un determinado sector del público. Sea como fuere, Verano del 85 se debe conformar, como mucho, con ser una obra menor dentro de una filmografía que comienza a dar atisbos de ser demasiado irregular.

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