Crítica
Público recomendado: +16
El Mago de Oz, la fabulosa película de Victor Fleming de 1939, está grabada a fuego en la memoria de millones de espectadores que tuvieron la suerte de poder verla en el cine y de otros más jóvenes que pudimos disfrutarla después en ediciones caseras de VHS. En realidad, estaba basada en una novela infantil, también clásica, de L. Frank Baum, escrita en 1899. Pues hay que seguir la historia hasta 1995 para encontrar la precuela Wicked, primero novela, escrita por Gregory Maguire, y luego musical de Broadway. Ahora nos llega la versión cinematográfica de la mano de Jon M. Chu, con guion de Winnie Holzman y Stephen Schwartz, profundizando en los orígenes de la Malvada Bruja del Oeste que moría en la famosa película. Ah, y es la primera parte, así que habrá que esperar a la segunda para conocer todos los detalles.
Elphaba es una joven incomprendida por su inusual color verde de piel que aún no ha descubierto su verdadero poder. Glinda es una popular joven marcada por sus privilegios y su ambición que aún no ha descubierto su verdadera pasión. Las dos se conocen como estudiantes de la Universidad Shiz en la fantástica Tierra de Oz y forjan una insólita, pero profunda amistad. Tras un encuentro con el Maravilloso Mago de Oz, su amistad llega a una encrucijada y sus vidas toman sendas muy distintas. Con su inquebrantable deseo de popularidad, Glinda se deja seducir por el poder, mientras que la determinación de Elphaba de permanecer fiel a sí misma y a los de su alrededor tendrá inesperadas e impactantes consecuencias en su futuro. Las extraordinarias aventuras de ambas en Oz acabarán llevándolas a cumplir sus respectivos destinos como Glinda, la Bruja Buena, y la Malvada Bruja del Oeste.
Sinceramente, si la idea era llevar al cine una historia para niños o, al menos, familiar, el resultado dista mucho del correcto, y hay sobrados motivos para ello. El primero es que la base de la película es todo menos moral y ética: los orígenes de la bruja son una infidelidad de la madre con otra persona que en la película no se aclara quién es. “Una cosa llevó a la otra y…” se dice con tal ligereza que abochorna por cómo se trata algo tan horrible y repudiable como dicha infidelidad. Y esto no es más que el comienzo.
El segundo es que la historia está alargada hasta la extenuación: 2 horas 41 minutos, seguramente para reflejar todos los detalles que se ven en el musical. Si son medios distintos, la adaptación debería ser también distinta e ir al grano, porque una historia para niños o, al menos, para todos los públicos, no puede durar tanto.
El tercero es que vemos muchas secuencias que no aportan nada, con interminables canciones que nos dejan casi igual que como estábamos. No se critica que haya canciones, es un musical, sino que éstas a veces no llevan a ninguna parte.
Y podíamos seguir con más contras, como esas alegorías de lo superficial (“lo mejor es ser popular”, dice una canción, o “no hace falta estudiar, es mejor vivir la vida”, dice otra sin que tengan ninguna respuesta), o esos momentos con guiños al movimiento LGTB. Basta con decir que al final desconectas de la historia porque los personajes son planos y superficiales, representados por actores tremendamente exagerados, como Ariana Grande, que sin duda se lo habrá pasado genial en el rodaje, pero su personaje es excéntrico e imposible de empatizar con él.
Desde luego, hay secuencias más o menos logradas como un par de bailes divertidos y bien dirigidos. También cuenta con una fotografía llena de color y efectos especiales medianamente convincentes, pero nada de esto importa mucho si el guion falla y aquí lo hace estrepitosamente.
Se puede salvar algún mensaje positivo sobre el amor entre hermanos, la aceptación de los demás, la denuncia sobre el racismo y la exaltación de la amistad incluso cuando la otra persona es radicalmente distinta de uno mismo. También que, como es habitual, las apariencias engañan, y ni los que pensábamos buenos son tan buenos ni los que parecían malos son tan malos; la envidia y la excesiva ambición tienen mucho que ver ahí. Pero hay poco más que rascar y cuando el respetable vea el cartel de “Continuará” al final, seguramente responderá por dentro con un “pues ya era hora”.
Miguel Soria