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Zapatos rojos y los siete trolls

Caratula de "Zapatos rojos y los siete trolls" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: todos

Escrita y dirigida por el surcoreano Hong Sung-ho, en Zapatos rojos y los siete trolls perseguimos  los pasos de una princesa que ha sido mudada en enana a causa de un trágico embrujo. Se embarca tras la búsqueda de los zapatos rojos con los que, en principio, podría ser capaz de alterar su maldición. La labor, no obstante, no será tan hacedera como se imaginarse pudo. Sibilas, maldiciones, monstruos y muchas aventuras, grosso modo.

Los cuentos tradicionales fueron, ya desde los mismos orígenes del cine, inacabable hontanar de variaciones y giros argumentales. Parecería ser que, hogaño, concluye el tiempo de los príncipes azules que solo tenían que dar un ósculo para que todo se solucionara y el de las princesas que esperaban ser salvadas. En Zapatos rojos y los siete trolls, Blancanieves arrastra elevado sobrepeso, tal vez halitosis, y el mago Merlín se ha transformado en una difusa criatura verdosa. Vuelta de tuerca a los cuentos tradicionales, otra más.

Algunos de los responsables de cintas como Big hero 6 o Frozen se hallan tras esta simpática invitación cinéfila, agilísima y magníficamente coreografiada, contando en todo momento con una maciza y poderosa composición. Pulula ante nuestras retinas una nueva Fiona (Shrek). Junto a ella, tras los zapatos rojos, sus curiosos protectores nos ofrecen una libre- libérrima- adaptación del tradicional relato de los hermanos Grimm, Blanca Nieves y los siete enanitos, honda inversión a la imagen fulgurada en el espejo mágico. Los enanos son príncipes apuestos que sufren otra maldición, viran grotescos, lo mismo que le sucede a la protagonista en cuanto se descalza, con lo dolorosa afrenta de que a su mórbida obesidad ensambla unos modales extremadamente zafios y escatológicos.

En nuestra peli, se impugna la superficialidad de la belleza exterior y se aplaude el hecho de asumir diferencia y diversidad (¿ambas son sinónimas?). Cuentos de hadas e infantiles, en definitiva, deconstruidos. Destruidos, mientras se llevan por el camino masculinidad y la feminidad, el eterno masculino y el eterno femenino, la polaridad sexual masculino-femenino como génesis de vida, datos éstos últimos ininteligibles para tarados espirituales, mediocridades intelectuales – y a menudo físicas-, esforzándose obsesivamente por igualarlo todo, por embrollar las identidades sexuales, por afeminar compulsivamente a los hombres y masculinizar toscamente a las mujeres. Extraños y mefíticos cuentos de hadas políticamente correctos, probablemente lo más sencillo de hallar en los cines, además de bibliotecas y colegios. Hadas híspidas, hirsutas y emancipadas, inquietantes princesas agresivas y empoderadas, príncipes calzonazos.

Retornar a los cuentos tradicionales, dato heroico, hoy: además de ser mucho más solazados y líricos que las narraciones estúpidamente correctas, los críos no se transformarán irreversiblemente en ilusos ni en ineptos. La diversidad y la diferencia, dato desnudo de la realidad. Como la masculinidad y la feminidad. Lo uno y lo múltiple. Y lo complementario. ¿Recuerdan? Al menos con Zapatos rojos y los siete trolls nos reímos bastante. Y pasamos noventa gratos y distraídos minutos.

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