Crítica
Público recomendado: +18
Sevilla, noviembre de 2019. Un realizador novel, que estrena en el Festival de cine de la cuidad su segunda película -militante y provocadora: 365 (Mario Jara, 2019)- se encuentra en el ascensor con Abel Ferrara. El italiano le pregunta, parapetado tras sus gafas de sol, quién es y qué hace allí. Su compañero de trayecto le contesta que ha ido a presentar una pequeña película. Y Ferrara, con su voz de ultratumba, le corrige de inmediato: “ninguna película es pequeña”.
La anécdota, que aquel prometedor director contaba después a sus amigos entre cañas, explica cómo es posible que ahora llegue a las salas un cóctel tan absolutamente infumable como Zeros and Ones. Ferrara, otrora icono indiscutible del cine independiente europeo, cree de modo evidente en su absurda hipótesis de partida, y parece, además, haber perdido la vergüenza por completo. Naturalmente, habrá un sector del gafapastismo más recalcitrante que defienda lo indefendible, cacareando acaso los argumentos del protagonista Ethan Hawke, quien, en dos segmentos a modo de prólogo y de epílogo, construye una suerte de forzada hermenéutica del desastre que acontece entre ellos. En el segundo de los fragmentos, el actor norteamericano recuerda al espectador que eso -una grabación de smartphone sin pretensión alguna- también pertenece a la película. Y se podría añadir que no desmerece del resto del conjunto, que da la impresión de ser un gigantesco vídeo doméstico sobre la confusión de nuestro mundo convulso. O, de modo más preciso, como comentaba un compañero crítico, el trabajo de fin de curso de un alumno de la escuela de cine. Pero no de uno cualquiera, sino del malo de la clase. El propio Hawke reconoce en ese mismo anexo final que no sabía qué quería decir Ferrara con aquello que fuera que le mandó -algo que “no era exactamente un guion”- para motivar su entrada en el proyecto. A juzgar por su rostro titubeante tras ver el film, el intérprete sigue sin saberlo, aunque se esfuerce, cual crítico mediocre, por darle una explicación medianamente lógica. Ni lo sabe él, ni un público que a la mitad del metraje tiene la impresión de que la cinta no acaba de arrancar, y al final confirma que no ha arrancado en ningún momento. Ni lo sabe, posiblemente, el propio Ferrara.
Con bastante buen criterio, los distribuidores de nuestro país evitaron Siberia (2020), penúltima película del italiano y que, aunque bastante mejor que la que nos ocupa, se perdía ya en asociaciones inexplicables surgidas del ego desmesurado del cineasta. La razón de que se estrene ahora Zeros and Ones se antoja ciertamente misteriosa. Quizá tenga que ver el hecho de que el film ganara el Pardo a la mejor dirección (¡!) en el festival de Locarno el pasado agosto. Debe ser que allí, en Suiza, sí han entendido el arte de un Ferrara claramente en horas bajas. Habrá que ir a preguntarles. O bien comenzar a desconfiar sustancialmente -se acumulan las razones- de los jurados de los festivales de cine.