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Reflexiones en torno a la película de Hitchcock

El amor, una experiencia humana que lleva más allá de uno mismo: el caso de Lincoln de Spielberg y Hitchcock de Sacha Gervasi.

El amor se nos muestra tanto en Hitchcock[1] como en Lincoln como esa experiencia humana que tiene en sí un dinamismo que remite más allá de uno mismo[2] y que permite el desarrollo de la autoconciencia de cada integrante (Hitchcock se enfrenta a sus obsesiones con cierta semejanza a John Nash en Una Mente Maravillosa (2001)). Además, la experiencia del amor hace fecundo ya no solo a nivel personal sino también a nivel profesional a ambos: Alma, mejoraba a Hitchcock y, viceversa (el trabajo personal de él con sus obsesiones da un fruto que Alma llevaba 30 años esperando…). Dicho más claramente, gracias a que Hitchcock se descubre limitado, afirma como prioritaria para sí, la relación con su esposa y después, en segundo lugar, toda su filmografía; incluida su obra, Psicosis (1960) que pasó de ser ocasión de ruina, a su mayor éxito. Por lo tanto, gracias a su esposa descubre que la respuesta a sus “fantasmas” y limitaciones no viene de dentro de sí mismo sino de fuera de él; y lo más interesante, es que dicho reconocimiento se hace cuando ambos se miran más allá de ellos mismos: en la “creación” de la película Psicosis. Porque, “ni siquiera la persona amada (…) es capaz de saciar el deseo que alberga en el corazón humano; es más, cuanto más auténtico es el amor por el otro, más deja que se entreabra el interrogante sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad que tiene de durar para siempre”[3]

En este punto de profundización en la experiencia del amor, recuerda (por citar alguna) a la relación entre Abraham Lincoln y su esposa en la última película de Spielberg; aunque quizás en Lincoln (2012) fuese la esposa del presidente la que se resistiera a concebir el matrimonio como ocasión de salir de sí ya que se aferraba tan sólo a su límite, en ese caso, a la herida por la muerte de un hijo. Es bellísimo como Lincoln se entrega a su tarea política (igual que Alma decide “arreglar” Psycho) en lugar de detenerse en la miseria propia o ajena; y esto resulta la ocasión para que su esposa vea (muy poco a poco; lo que requiere una gran paciencia por parte de Lincoln) otra forma de enfrentarse a la realidad (igual que imagino le sucedería a Hitchcock cuando viera a Alma sugerir cambios en el montaje de Psycho; como por ejemplo, en la utilización de música para la famosa escena de la ducha; inclusión que él había rechazo con vehemencia desde el principio); así el amor, es esa experiencia humana que por su dinamismo lleva a salir de sí, también de las obsesiones de Hitchcock o de la herida por la muerte del hijo de la esposa de Lincoln. Una vez que el sujeto vive desde la entrega todo es más fecundo, incluidas las argucias políticas necesarias para abolir la esclavitud (como sucede en Lincoln) o la transformación de una película muerta… en Psicosis, una de las mejores obras del maestro del suspense Alfred Hitchcock. 

Una vez más descubrimos el cine no solo como ocasión de entretenimiento y diversión sino también (a la vez) como escuela de vida; como materia prima en donde poder embarrarse para entender mejor algún aspecto de nuestra propia vida. En la medida que la necesidad de cada uno esté despierta nos brotará el agradecimiento sencillo y natural a un arte, que también es escuela. Por lo que a este crítico se refiere, el agradecimiento brota al encontrar en el cine un aliado para el duro y bello camino de la vida.

Carlos Aguilera Albesa



[1] Ver crítica de Hitchcock, de Sacha Gervasi.

[2] Benedicto XVI, Audiencia general, 7 de noviembre de 2012.

[3] Ibidem.

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