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Series TV – Top of the lake: una investigación sobre nosotros mismos

Todos recordamos El piano (1993), aquella historia extraña y obsesiva que rodó la neozelandesa Jane Campion, con Holly Hunter, oscarizada como protagonista, y con una niña llamada Anna Paquin, que se llevó la estatuilla a la mejor actriz de reparto, y que, poco a poco, se fue deslizando hacia trabajos menos artísticos y mejor pagados, como el de hacer de Sookie Stackhouse en la exitosa True Blood de la HBO.

Pero aquí queremos centrarnos en el lote Campion-Hunter, que es el que se pone manos a la obra, de nuevo, en la teleserie Top of the lake (2013-). La trama principal gira en torno a la investigación del misterioso embarazo de una chica de trece años en un inhóspito pueblo de Nueva Zelanda, Laketop. La agente, Robin Griffin –notablemente interpretada por Elisabeth Moss, una actriz de belleza singular, con una velada expresión de pingüino melancólico-, ha vuelto a su pueblo natal desde Australia para acompañar a su madre, enferma terminal de cáncer, y el jefe de policía local le pide que ponga sus conocimientos sobre menores al servicio de la investigación. Lo hace. Alarga su estancia en ese remoto poblacho. Pone entre paréntesis su vida en Australia, y, con ella, la seguridad convencional de un noviazgo que ya dura 5 años pero que no la satisface. Y huyendo del aburrimiento se encuentra con todos los monstruos que había ido arrumbando en el desván de la memoria. Abre la caja de pandora de su pasado y aparecen amores antiguos, crímenes por resolver, heridas no cicatrizadas, ambigüedades familiares,… Todo parece derrumbarse bajo sus pies a medida que se acerca a la resolución del caso. Salvar a la niña embarazada y a su bebé va a ser el modo de descubrir quién es ella en realidad.

No desvelaré los giros del guión, pero sí me gustaría señalar un par de recursos narrativos que me parecen interesantes y muy de autor, especialmente cuando se habla de Jane Campion. Por un lado, me gustaría destacar el lugar de los hechos: un escenario tremendamente borderline, limítrofe, fronterizo, donde lo salvaje baja de las inmensas y sublimes montañas a la orilla del lago, donde los hombres habitan, para trastornarlos, para disolver el ápice de civilización que en ellos pudiese subsistir. Laketop es un pueblo donde llegaron y llegan los que huyen de Occidente. Allí hay pedófilos austríacos, amores incestuosos y es posible la violación múltiple de una quinceañera sin investigación posterior. Allí los adolescentes crecen con antecedentes, entre familias rotas y rehechas. Allí es posible que una mujer cincuentona ponga cincuenta dólares en la barra de un bar de hombres ofreciéndoselos a quien suba a su habitación a montarla en siete minutos, simplemente porque echa de menos los penes y no quiere enamorarse. Allí la ley es la del más fuerte, que en esas latitudes no es otro que Matt Mitchan, el padre de la desaparecida a la vez que capo de la droga -interpretado con maestría por Peter Mullan-, que es a su vez un personaje siempre al borde de la locura, preso de una impulsividad criminal siempre a flor de piel. Es en esos paisajes fotografiados con maestría hasta el escalofrío y con esas compañías que enmarcan la vida como una mera aventura de supervivencia, donde transcurre una acción que sumerge al espectador en una continua evaluación de sus convicciones morales que pugnan por resistir en un mundo impedido por la ausencia de razones, donde los hombres devienen dispositivos gobernados por sus humores y demás reacciones químicas y genéticas.

El otro recurso a comentar más que un recurso es un profundo interrogante en el guión. Coincidiendo con el inicio de la investigación llega a Laketop una caravana de mujeres. Una de ellas ha comprado un terreno misterioso llamado Paradise, donde van a acampar y establecerse a buen recaudo de la vida en la gran ciudad, donde estas féminas han sido dañadas por las lógicas del mundo. Paradise se convierte así en una especie de balneario donde GJ, una enigmática Holly Hunter con apariencia de hechicera amerindia del siglo XXI que se hubiese intoxicado de Nietzsche y de Rousseau hasta devenir perfectamente chiflada, se convierte en la perfecta psicoterapeuta de esa cohorte de féminas de todas las edades que van a pedirle consejo cuando no se encuentra sumida en alguna de sus ausencias. Paradise se convierte así en un símbolo de la acogida, del mundo femenino, donde todos, hombres y mujeres, pueden ir a buscar el descanso de la realidad, gobernada por la violencia y lo masculino. Paradise es la vuelta al útero materno, lo originario, el lugar donde las mujeres se desinhiben, conviven amigablemente y se bañan desnudas en el gélido lago gobernado por la inmensidad de las montañas en las que se rodó El Señor de los Anillos.

Con estos dos medios, y con muchos otros, Jane Campion trama una metáfora perfecta de nuestra sociedad posmoderna, fracturada entre la competitividad caníbal y despiadada de la globalización económica, y la huida a los paraísos artificiales de los individuos que la pueblan, necesitados de un abrazo caluroso y de sentirse el centro del mundo tras el ninguneo del mundo. Laketop es el principio de realidad freudiano, el emblema de nuestra vida pública, de nuestro trabajo, de la racionalidad calculadora cada vez más erosionada por su propia acción, despiadada e implacable. Paradise es el principio de placer, el mundo onírico que intenta compensar y sanar la humillación cometida por la realidad, la circularidad y el olvido como únicos principios de la existencia.

Por todo esto Top of the Lake resuena profundamente en el inconsciente de los espectadores de hoy, que tantas veces buscamos en las teleseries nuestro Paradise. Por todo esto merece la pena ver esta teleserie, porque retrata nuestro narcisismo, aunque no lo soluciona.

Jorge Martínez Lucena

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