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The Politician

Crítica

Público recomendado: +18

Por ahora, la primera temporada de esta comedia satírica se centra en las vicisitudes por las que pasa y los intereses que tiene un joven rico cargado de ambiciones políticas. Payton Hobart es adoptado y parece haber vivido siempre con problemas de adaptación tanto familiar como social. Sus padres (unos ricos sumidos en un matrimonio de conveniencia), sus hermanos (un par de gemelos incapaces de sentir compasión) y sus amigos (un grupo de tecnócratas del márketing político) componen un universo que sólo le genera inestabilidad emocional y una ansiedad que recuerda a la que describe Sören Kierkegaard de la sociedad del aburrimiento y de la desesperación. Pero, ojo, sí, recuerden que esta serie es una sátira descarada y exuberante en sus temas y tramas de principio a fin.

Gracias a su preclara inteligencia, Payton sabe qué quiere lograr en su vida: ser el presidente de los Estados Unidos de América. De entrada, la premisa deslumbra porque resulta verosímil que las más altas cimas de la política estadounidense se conquisten así, como un capricho de diseño y no a trompicones y por casualidad. Por lo tanto, la serie conecta con la más rabiosa actualidad de los entresijos de la Política y nos muestra ese camino trazado lleno de peajes desagradables que debe pagar Payton, al menos, en sus primeros balbuceos como orador.  Con una determinación tan precoz como desafiante, es lógico que empiece a trabajar pronto en este objetivo crucial. Por ello, se centra en lograr -qué menos que practicar a su nivel- la presidencia del Instituto Saint Sebastian, un centro educativo de Santa Bárbara, donde convive con otros adolescentes, niños de papá. En su carrera, la primera de las estaciones será el instituto, luego tendrá que llegar a Harvard y luego, tal vez y sólo si juega bien sus cartas, alcanzará la cúspide llamada Washington. Pero, sumidos en un universo que presenta serias analogías con el mundo de 13 Razones, estos chicos parecen ser unos fieles imitadores del mundo adulto, con la gravísima diferencia de que sus vidas quedan rotas antes de darse la oportunidad de ser felices. Es curioso cómo hoy las tragedias se cuentan cómicamente.

Éste es sin duda un proyecto muy personal de su creador, Ryan Murphy (1965), quien no ha dejado de cosechar éxitos (por ejemplo, con las miniseries American Horror Story (2011-) y American Crime Story (2016-)) y de reclamar la atención del público actual, gracias a su compromiso militante y hecho explícito en muchas de sus producciones (como ésta) con las reivindicaciones de los colectivos de gays y lesbianas, entre otros. En the Politician, además de hacer lo propio, participa como director y co-escribe los 8 episodios de la primera temporada, invirtiendo sus esfuerzos en la producción de esta serie para Netflix junto a la FOX21. Quizá ese “detalle” económico ayude a contextualizar el enfoque argumental y gran parte de la pasión con la que Murphy (además de Ian Brenan y Brad Falchuk) trufa de momentos sórdidos e histriónicos una historia que describe con mordacidad las ambiciones de los políticos y el universo descarnado que los rodea. De hecho, no deja de ser interesante a modo de reflexión que el gran problema de Payton sea mantener a salvo su conciencia, tanto de si mismo como de los actos de los demás. Payton no quiere volverse loco, pero su deterioro moral será en buena medida inevitable.

La descripción meticulosa de los planes del cálculo político así como la presentación del mundo obsceno de las vidas privadas de los políticos constituyen uno de los grandes temas retratados en la serie. De otro lado, vendrán los actos de manipulación a la que se han acostumbrado los portavoces de la democracia, a través de la retórica (sofística en el peor de sus acepciones). En sus personajes quedan representados en toda su desnudez e inmoralidad actos viles donde se practica la bonomía (porque vende); donde se calibra el peso político de las minorías (porque vende); donde se usan eslóganes que pretenden el compromiso con diversas causas ideológicas (porque, de nuevo, vende). Y donde, en definitiva, se pone al descubierto quizá el mensaje más perverso de todos: constatar que hoy día queda bien ser políticamente correcto, parecer bueno con todos y no decir la verdad, salvo que parezca autenticidad… Además, aparece desplegada en su narración la instrumentalización de las personas, como uno de los requisitos de las campañas del pragmatismo político; o sea que el fin justifica los medios. Pero lejos de aceptarse sin problemas, siguen apreciándose el daño que genera directamente en las personas este viejo paradigma de la supervivencia política.

Por último, cabe señalar que es una serie desigual en la calidad y exposición narrativa de sus episodios. Resulta confusa y a veces traza tramas que no acaba de resolver. Sin embargo, lo más reseñable sea que, pese a que la serie parece estar dirigida a un público adolescente y joven (que probablemente sea el que más la consuma), en realidad, se trata de un producto claramente para adultos. En concreto, para aquellos que anden curtidos de criterio para presenciar todo un espectáculo de desfachatez, a veces, sórdido y truculento, otras, mordaz y ágil, las más de las veces, desesperante y frívolo en su dolor, que ha querido conquistar al público, destacando por su calidad estética y por el elenco de actores que ha reunido, entre ellos, la actrices Gwyneth Paltrow, Jessica Lange y Zoey Deutch. Pero nada más ni nada que no se haya visto ya.

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