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Paranormal movie

Paranormal movie 

Público recomendado: adultos

Paranormal Movie es, digámoslo desde un principio, una película absolutamente insufrible. Muy mala. No hay por donde cogerla. Como su propio título hace sospechar, Paranormal Movie juega torpemente a ser una parodia –más bien una adulteración- del brillante film de Oren Peli, Paranormal Activity. Y lo hace con abundante perjuicio y bastante descaro hasta el punto de que por momentos, uno podría desorientarse por unos segundos y pensar que está revisando el film de Peli si no fuera porque raudo, una pedorreta nos sacará violentamente de nuestra ilusión.

Paranormal Movie viene firmada por Michael Tiddes, un director que hasta la fecha se había movido en el terreno televisivo y que ya había colaborado en alguna que otra insensatez como Dance Movie. Despatarre en la pista. Pero en realidad, el verdadero artífice y (i-)responsable de Paranormal Movie es Marlon Wayans, un actor afroamericano que sorprendentemente ha intervenido –y muy bien- en películas como Requiem por un sueño de Darren Aronofsky o The Ladykillers de los hermanos Coen pero que siempre se ha identificado con la comedia más descerebrada. De hecho, Wayans es, junto a sus hermanos Keenen Ivory Wayans y Shawn Wayans, uno de los (i-)responsable de los dos primeros capítulos de la saga Skary Movie. De modo que el paralelismo es muy sencillo. A quien le gustara aquella insufrible pseudo-parodia del slasher es muy posible que disfrute con Paranormal Movie.

Sin salirnos de las cloacas del arte, la película que nos ocupa cuenta la historia de un matrimonio que se muda a una nueva casa en la que habita un siniestro espíritu demoniaco. Cuando el ente maligno posee a la mujer, el marido decide tomar las riendas del asunto y acude a un estrafalario equipo compuesto por un sacerdote, un psíquico y unos cazafantasmas. A golpe de chistes de mal gusto y de moral distraída y de un nulo sentido de la narrativa o de la puesta en escena, Michael Tiddes y se equipo de (i-)responsables levantan un escuálido hilo narrativo que como mínimo, interconecte la desdichada sucesión de caóticas secuencias que componen el largometraje.

Bien es verdad, no obstante, que si en una película se acumulan un millar de chistes, por malos y necios que sean, alguno, aunque sólo sea por pura aritmética, una sonrisa puede arrancarnos. Es cierto. Pero esa sonrisa no vale lo que has pagado por entrar el cine, ni el tiempo que has invertido en ver una película como este. Así, el film de Tiddes pone en evidencia, una vez más, que hacer reír no es tan fácil y que seguramente, todavía más difícil es hacer una buena parodia. Quizá por esto sólo existan un puñado de buenas parodias en la historia del cine. Porque parodiar implica también cierta reflexión sobre lo que estamos parodiando, sobre sus resortes, sus clichés y sus modelos narrativos, sobre todo, en un género tan codificado como el terror. Esto es, al menos, lo que nos han enseñado películas como La comedia de los horrores de Jaques Tourneur, El baile de los vampiros de Roman Polanski o El jovencito Frankenstein de Mel Brooks.

Ramón Monedero

 

 

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