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Trucos, supersticiones y creencias de cine

Sabemos que el hombre, por su naturaleza humana, necesita creer en algo y esperar que ese algo le reporte la paz y la dicha deseadas. Además, es conocido cómo el cine trabaja con luces y sombras que remiten a otras realidades invisibles, y cómo crea imágenes que se alojan en el mundo de los sueños del espectador para seguir en el tiempo alimentando sus anhelos más íntimos. Con todo, es fácil suponer que cuando la cámara recoge el mundo físico en sus historias, éste aparezca a menudo mezclado con lo metafísico y lo espiritual… porque la realidad es una, que lo imaginario y lo fantástico cohabiten y se confundan con lo real en una huida que protege y alivia a quien vive agobiado por la cotidianeidad, y que a la postre ese universo de sombras sea tan cerrado y oscuro que impida descubrir la verdad íntima del hombre… pues lo habrá reducido a sugestiones y deseos frustrados, a instintos salvajes y sensaciones efímeras, a trucos y supersticiones que la ciencia y la razón deben desenmascarar. Así es la posmodernidad cinematográfica y también el individuo que se acerca a la sala buscando una empatía emocional con lo que la pantalla le ofrece, necesitado de impresiones sobrecogedoras y de encontrarse con misterios que supongan un reclamo de su espíritu y que amplíen sus horizontes de felicidad.

La cartelera reciente ha recibido varios de estos títulos que la industria califica de thrillers sobrenaturales, frecuentemente elaborados sobre el drama y el suspense, y que tratan de capturar la atención del espectador y desestabilizar su mundo de certezas. Por un lado, Luces rojas nos presentaba a un equipo científico dedicado a descubrir los fraudes de quienes se atribuyen poderes especiales, y en el fondo terminaba por conformar un cajón de sastre en el que trataba por igual el ilusionismo más espectacular, la superstición astral o de cartas, el poder paranormal y de sugestión mental, el espiritismo y la fe religiosa. Colocado todo al mismo nivel y otorgando a cada manifestación la misma credibilidad, Rodrigo Cortés rememora sobre el artificio y con una puesta en escena efectista la vieja disputa entre razón y fe, entre ciencia y religión, para concluir en la conveniencia de permitir que el hombre conserve cierta fe en otras realidades no tangibles, porque su felicidad gravita en torno a esa esperanza de seguir teniendo cerca a quien se ama… y quitárselo supondría abocarle a una muerte anunciada. No hay trascendencia en la cinta de Rodrigo Cortés y sí mucho subjetivismo, aunque tampoco termina de ceder ante la postura racionalista de Tom, como si quisiera contentar a todos y discurrir en el terreno de lo políticamente correcto.

El director ha manifestado que su intención es plantear preguntas al espectador y no darle respuestas, afirmación que podría ser cuestionada cuando lo que se hace en realidad es diluir la realidad religiosa en una amalgama indefinida y etérea, cuando se desvirtúa la fe y se equipara a la impostura o cuando se reduce la firme convicción a un sentimiento interior tan débil como inconsistente. Es llamativa y muy ilustrativa la escena en que la doctora Margaret se sincera con el joven Tom para recordar el momento en que el psíquico Silver le hizo dudar de sus planteamientos racionalistas, en un instante de fragilidad emocional -al tocar la fibra sensible de su hijo muerto- en que el miedo se adueñó de ella y la colocó ante el abismo, lo mismo que ese grito final de un Tom desconsolado que descubre que toda su vida ha sido una lucha en vano, que no se conoce realmente y que hasta ese momento no había reparado en sí mismo como lugar en donde encontrar la verdadera realidad. Estamos, pues, ante un inmanentismo que vendría a rechazar en desigual medida cientificismo y trascendencia, racionalismo y espiritualidad… para quedarnos con un escepticismo ante todo lo que sobrepase nuestra percepción.

En Chronicle también encontramos a unos individuos que gozan de poderes extraordinarios y que derivan en el caos emocional. Son tres jóvenes que se han visto imbuidos, por un encuentro accidentado con unas enigmáticas fuerzas, de facultades de telequinesia -mover objetos con la mente-, circunstancia que aprovechan primero para sus gamberradas y juegos adolescentes y más tarde para descargar su ira y amargura contenida (especialmente Andrew, protagonista y supervillano de la cinta). Aparte del tema de la responsabilidad de quien tiene poderes y de la adolescencia como difícil proceso que precisa del apoyo familiar, John Trank abre el objetivo de su cámara a una realidad que trasciende el orden natural, dejando constancia de esa necesidad humana de creer en algo más que la realidad inmediata, más aún cuando ésta es dolorosa y asfixiante. Evidentemente, Chronicle no puede ser vista con ojos realistas ni pretende reproducir ninguna situación verosímil, pues se trata de una película de ciencia ficción que sirve de metáfora sobre la adolescencia -y por extensión de la vida humana-, que apunta a la búsqueda de sentido de la existencia y al dominio de sí en medio de un entorno hostil -familiar o social-, así como a la necesidad de encontrar esa paz en el propio interior… yendo al Tíbet (tópica salida que se introduce en la cinta).

En definitiva, tanto en Luces rojas como en Chronicle se nos han retratado individuos necesitados de paz y de escapar de unos ambientes angustiosos: el pasado de la doctora Margaret y de su ayudante Tom no es precisamente apacible, con los espectros de su hijo y madre respectivamente acechándoles desde hace tiempo; mientras que vemos cómo la vida de Andrew y su patológica timidez tienen su origen en el drama familiar de una madre gravemente enferma y de un padre alcohólico. En esos escenarios de ficción observamos que hay una gente crédula y otra que se rebela contra cualquier forma de espiritualidad, quienes tratan de atisbar lo invisible o sentir lo extrasensorial y quienes se aprovechan de esa realidad para su propio beneficio. Es el juego dual en que se mueve el cine más simple y reduccionista, dispuesto a servirse del drama y del tormento personal para sacar a relucir todos los fantasmas y temores, todas las iras e inseguridades de un individuo que se agarra irracionalmente a cualquier alternativa que le dé un poco de esperanza.

En una línea distinta pero con algún elemento común se mueve ¿Y ahora a dónde vamos?, película escrita y dirigida por la libanesa Nadine Labaki. Aquí el enfoque de comedia sirve para tratar el drama bélico de su país, y para apostar por la mirada feminista como manera conciliadora, acogedora y humana para resolver la convivencia de cristianos y musulmanes. En ella se nos presentan dos mujeres cristianas que hacen manifestación pública de su fe, entre lo cómico y lo dramático, entre lo jocoso y lo serio: por un lado, la esposa del alcalde, simula un éxtasis y conversación con la Virgen para dar salida a sus quejas domésticas, o para sacar a la luz los trapos sucios del pueblo y repartir entre los vecinos de ambos credos igual ración de crítica; por otro, el personaje que interpreta la propia directora se encara con la Virgen cuando, según ella, ha permitido que la desgracia se haya cobrado la vida de un inocente chico cristiano. Aunque aquí el tema nuclear es el pacifismo y la convivencia, la cinta deja ver cierta instrumentalización de la fe y un planteamiento bastante superficial del hecho religioso, como si se tratara de una superstición más ejecutada en beneficio propio o según la voluntad de quien eleva una plegaria. El espíritu y la simplificación de la comedia no justifican esa perspectiva, como tampoco la equiparación igualitaria e intercambiable entre las distintas creencias, y al final nos queda la impresión de que la religión básica o únicamente debe contribuir a la buena convivencia de todos.

Siendo loable y acertado ese aspecto resaltado por Labaki, sin embargo incita a pensar que en el cine actual no hay lugar para las convicciones religiosas firmes y que sólo tienen cabida los buenos sentimientos, tan postizos y de quita y pon como esas supersticiones oportunistas o esos trucos interesados, tan desvitalizados en su raíz como el sistema de valores mínimos que evita el dilema moral en profundidad. Es el reino del subjetivismo y del relativismo, de la tolerancia y del buenismo más ramplón, de la falta de reflexión y de la interiorización personal… circunstancias que conviven con la evidencia de que el hombre sigue reclamando su dimensión espiritual, aunque ésta nos llegue a veces devaluada o contaminada.

Julio Rodríguez Chico

www.miradadeulises.com

Enlaces en los títulos de las películas:

 Luces rojas 

Chronicle  

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