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Homeland

Homeland: otro tipo de patriotismo 

La patria es el propio terruño, como también, por derivación, sería el punto de vista especial que se comparte con los compatriotas. Toda pertenencia abre un horizonte, una idiosincrática perspectiva de nativo (o adoptado). Aunque, muchas veces, esa visión del mundo sufre la tentación de convertirse en única, exclusiva y absoluta, y nos hace incapaces de reconocer la verdad de visiones alternativas, capaces de ver mejor que nosotros aquello que para nuestra etnia se hace, por lo que sea, difícil de reconocer.

En cierto modo, esto lo habíamos visto en el cine bélico, donde tradicionalmente encontrábamos planteamientos casi maniqueos. Americanos y japoneses. Los de verde, buenos. Los de claro, malos. Americanos y alemanes. Los vestidos más deportiva y descuidadamente, buenos. Los uniformados con intolerante y oscura meticulosidad, malos. Se mostraba así que la visión aliada era la verdadera, mientras que las otras encarnaban el fascismo, el comunismo o el totalitarismo. No nos suponía problema: nuestra patria, cinematográfica e imaginaria, se entiende, era la americana.

Pero las cosas han cambiado. Son muchas las películas, también americanas, que juegan a poner en crisis esta patria en sentido amplio. La posmodernidad tiene que ver con esos nuevos planteamientos, pero quizás dicha tendencia se ha agudizado producto del 11-S. Los aviones de los terroristas modificaron no sólo el escenario americano, sino también, en cierto modo, su espíritu. Filmes como Jarhead (Sam Mendes, 2005) en el que los reclutas americanos están lejos de identificarse o enorgullecerse con su bandera, y donde parece que su único deseo sea el de esquivar las balas y volver a la sociedad del espectáculo que les crió distraídos de ese sinsentido que es la vida. O como los experimentos hechos por el maestro Clint Eastwood: sea en la denotativa Banderas de nuestros padres (2006) o en Cartas desde Iwo Jima (2006), que retrataban perfectamente la distancia entre el punto del soldado y el de su ejército, entre el humano y las ideologías. O como Amenazados (Gregor Jordan, 2010), un peliculón todavía disponible en los videoclubs que se interroga hasta el final acerca de la legitimidad de las torturas de terroristas.

Sobre todo esto creo que permite reflexionar lúcidamente la teleserie Homeland (2011). “Homeland” quiere decir “patria” en inglés. El título acierta porque realmente reflexiona sobre cómo se ha modificado la visión americana y la visión del americano medio sobre la vida tras el 11-S. A pesar de que la trama se instala en el clásico enfrentamiento entre agentes de la CIA y terroristas islamistas, el planteamiento no es en ningún momento maniqueo. No es que el guión se entregue tampoco al relativismo facilón. Sino que obliga constantemente al espectador a interrogarse y contestarse acerca de su propio punto de vista, que tiene que ir corrigiendo constantemente fruto de los acontecimientos, de la historia que conforma a cada uno de los personajes y que se nos va contando con cuentagotas, y de las perspectivas enfermizas de los dos protagonistas: una agente de la CIA bipolar y un sargento del cuerpo de marines que ha sido prisionero de los islamistas durante 8 años que parece que existe a caballo entre las consecuencias del shock post-traumático y del síndrome de Estocolmo.

No quiero aquí estropearle el pastel a nadie soltando a diestro y siniestro spoilers de la serie. Por eso, sólo daré dos hipótesis a verificar por parte de aquellos que entren como lo he hecho yo en esta fascinante historia. La primera: USA y el discurso americano han ganado en autoconciencia después de los atentados del 11-S; no se trata de si somos puros o impuros, buenos o malos, americanos o árabes, sino de que todos somos humanos plagados de claroscuros y de que nos podemos ayudar y enriquecer mutuamente. Y aquí llegamos a la segunda hipótesis: la perspectiva individual ya no queda legitimada meramente por el hecho de pertenecer a un determinado discurso colectivo, sino que la verdad supone: un trabajo de reconocimiento de las continuas reducciones que hacemos de la realidad, y, a la vez, una apuesta por las propias certezas, ya que, sin el ejercicio real de la libertad, la postura personal ante la vida deja de serlo.

El secreto magnetismo de la agente Carrie Mathison (Claire Danes) y del sargento Nicholas Brody (Damian Lewis) consiste en que se parecen tanto a nosotros que no somos capaces de imaginarlo. Intentan, desde sus puntos de vista enfermos y muchas veces distorsionados, entregarse en cuerpo y alma a lo que creen que es la verdad y la justicia. Y de este modo se van acercando a lo que éstas sean. Por eso se agradece su inquietante compañía. Por eso uno puede sentirse patriota en Homeland

Jorge Martínez Lucena

Ficha técnica:

Género: Thriller

Intérpretes: Claire Danes, Damien Lewis, Morena Baccarin, Jackson Pace

Director: Gideon Raff

Duración: 50-60min.

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