Crítica
Un título como “Cowboys & Aliens” no deja indiferente a nadie: a algunos les parecerá una idea divertida y original, a otros un engendro a evitar. La primera sorpresa que uno se lleva en la sala es que el tono no es cómico, ni siquiera irónico. Los autores se han tomado la historia muy en serio.
Cuenta la historia de un hombre que despierta sin recordar ni su nombre (homenaje al personaje de Clint Eastwood en la “trilogía del dólar” de Sergio Leone), que tiene una herida en el costado (herida física y moral, como sabremos) y porta un extraño brazalete. Su enfrentamiento con un terrateniente y su hijo se verá interrumpido por un ataque alienígena, que acaba con el rapto de varias personas. A partir de entonces, los protagonistas deberán superar sus rencillas y seguir el rastro de los extraterrestres para rescatar a sus seres queridos (una estructura muy deudora de “Centauros del desierto” de John Ford).
Ya han aparecido varias referencias a westerns clásicos, y es que “Cowboys & Aliens” toma más elementos formales del western, siendo la ciencia-ficción una mera excusa narrativa (bien se podrían sustituir los extraterrestres por indios o una banda de forajidos). A pesar de ello, el espectador amante del fantástico disfrutará de algunos guiños a “Encuentros en la Tercera Fase” o “Alien”.
Por lo demás, estamos ante un western crepuscular con el tema de la redención como eje principal. El protagonista irá conociendo durante la película lo que ya intuye: no era un buen hombre, y sus acciones pudieron hacer desaparecer a la persona que más amaba. Sin embargo, el primer personaje que encuentra es un predicador que cura su herida (acto simbólico) y le ofrece la clave para su evolución: No importa su pasado si puede elegir hacer el bien y redimir el mal que haya podido causar. Este personaje deja una impronta que marca toda la película: una constante alegoría religiosa, en la que por ejemplo los cowboys llaman “demonios” a los aliens (y puesto que éstos se ocultan bajo tierra, el clímax supondrá un descenso a los infiernos); por otro lado, hay un personaje que ejerce de ángel protector de un modo visualmente claro. Y como en toda historia de redención, ha de haber sacrificio. Un sacrificio y una redención que toca a todos los personajes principales de una u otra manera, llegando a una resolución que deja sorprendido al espectador que esperaba encontrarse con un festival para “frikis”.
Por lo demás, el director Jon Favreau (conocido gracias al éxito de “Iron Man”, otra historia de redención al fin y al cabo) ofrece un trabajo competente tras la cámara, buscando las constantes clásicas del western: planos amplios para enfatizar los grandes espacios y ritmo pausado de montaje, aunque la estética sea más deudora de Leone y Peckinpah.
Los actores son de una solvencia demostrada (James Bond frente a Indiana Jones, nada menos), y únicamente podemos objetar algunos bajones de ritmo y cierto estancamiento en varias partes del guión.
Tanto si les gusta el cine del Oeste como las películas de marcianos, no duden en dar una oportunidad a este excéntrico experimento, que al menos les parecerá interesante y sugerente.