Crítica
Público recomendado: +16
Cuernavaca es la opera prima de Alejandro Andrade Pease (México, 1975). La película cuenta la historia de Andy, un niño que, afectado por la ausencia de su padre, ha terminado viviendo bajo un velo de aislamiento y sobreprotección. Cuando su madre resulta herida en un atraco, Andy debe regresar a casa de su abuela en Cuernavaca, donde se criara su padre, y donde, por encima de todo, espera reencontrarse con él.
La película ahonda en cuestiones existenciales de amplio calado, como la pérdida del referente paterno, la permanente búsqueda de un hogar, y la inconexión afectiva con uno mismo y con el entorno. A través de la búsqueda del padre, Andy busca una mano a la que darse; saberse amado, saber que existe un punto al que aferrarse con seguridad. Sin embargo, este punto, aunque teñido y señalado por el deseo, puede deshacerse totalmente si el horizonte está en lo humano: el padre de Andy, con su ausencia, y con su anterior presencia en sus vidas, revelaba, si bien una presencia, la inabarcabilidad de satisfacción y de sostener o generar un hogar. Así se retrata este sentimiento a través tanto de Andy como del resto de personajes que conforman el elenco de la historia: su abuela (Carmen Maura) y el jardinero de la casa. En Cuernavaca coexiste el adinerado con el pordiosero, mostrando un abanico de posibilidades de retrato del deseo desde distintos prismas sociales.
Durante la estancia de Andy en Cuernavaca surge una suerte de relación paternofilial que señala al terreno de lo amoroso entre él y el jardinero de la casa, unos años mayor; la relación, defendida por química ninguna, acaba conformando una extraña predisposición que pretende abordar una tentativa del drama interno de Andy en su búsqueda del padre perdido, al comenzar a proyectar sobre esta figura una especie de refugio.
Con todo, la narración del film queda a medio colgar. Si bien la imagen, por la parte fotográfica, está bien defendida, el conglomerado es endeble. Cuernavaca quiere ahondar en sentimientos y no evoca ninguno. Teniendo la historia intenciones de fondo ciertamente interesantes, el guión no consigue retratarlas bien; los personajes no hacen progresos coherentes ni conseguimos aferrarnos a ellos en el transcurso de la historia; lo mismo sucede con la dirección, por la que cuesta conectar con los personajes y seguir los procesos que guían la historia, que está tan ordenada de forma lógica como desordenada emocionalmente. El resultado es deambular por un relato, en última instancia, desinflado y falto de carisma.