Crítica
Público recomendado: Mayores de 13 años
Serguei Donátovich Dovlátov (1941-1990) es uno de los escritores rusos más interesantes del final de la URSS.
Hijo de un director de teatro judío y una correctora armenia, nació en Bashkiria, donde su familia había sido evacuada de Leningrado antes de que se cerrase el asedio. Estudió finlandés. Conoció y trató a Joseph Brodsky. Fue guardia de un campo de prisioneros. Cultivó el periodismo en periódicos y revistas. Vivió en Estonia. Fue guía turístico. Sin embargo, en secreto, escribía cuentos que no se publicaban por los cauces oficiales, sino que circulaban en pasquines y revistas secretas llamadas “samizdat”. Cuando lo descubrieron, lo expulsaron de la Asociación de Periodistas Soviéticos en 1976. Emigró a los Estados Unidos y terminó publicando en The New Yorker.
A partir de su vida, el director moscovita Aleksei German Jr. (1976) -hijo del famoso director ruso Aleksei Yuryevich German- ha dirigido esta película biográfica, que es la séptima de su carrera. A lo largo de poco más de dos horas, acompañamos a Dovlátov (Milan Maric) en un periplo vital de seis días por un mundo gris, triste y desencantado. Nadie cree la retórica del Partido a pesar de que casi todos la repiten. El miedo, la hipocresía y el sarcasmo impregnan los comentarios de los que rodean a este escritor que trata de sobrevivir. Estamos en la URSS que va perdiendo la Guerra Fría, así que Stalin es ya una figura algo lejana, aunque su sombra se sigue alzando sobre todo. Dovlátov quiere escribir, quiere crear, pero todo se conjura para asfixiar la creatividad so pretexto de la liberación del hombre, el triunfo de la clase trabajadora, la emancipación de la humanidad… y todo eso que para Dovlátov y su círculo de amigos es, en general, palabrería.
Este largometraje ruso-serbo-polaco tiene su interés. Los tres países que han participado en la producción padecieron regímenes comunistas y, de distintas formas, han quedado marcados por su impronta. Desde el color de la película hasta los diálogos -la jerga del partido, los sobreentendidos, las cautelas cuando se habla frente a desconocidos-, todo nos evoca ese tiempo de falta de libertad y de aspiraciones frustradas. Hay un diálogo genial en que un falso vendedor de libros occidentales que, en realidad, resulta ser un confidente de los servicios secretos, habla con Dovlátov, que finge ser un agente. El escritor pregunta si ha visto “sionistas” o “humanistas” y le pide una lista de todos los que pregunten por “Lolita”, la célebre obra de Nabokov. El miedo hace que el delator le cuente todo y se comprometa a darle la lista.
Esto es, sin duda, lo más rescatable de “Dovlátov”. Muestra el deterioro moral que el comunismo causa en las personas y, por extensión, en las sociedades. La falta de libertad, el terror al poder, la reducción del ser humano al materialismo, el desprecio por la dignidad de la persona, termina produciendo unas relaciones que impiden crear, salvo que uno lo haga clandestinamente. Por supuesto, esto supone pagar un precio.
Es una buena película.