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El rey tuerto

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Adultos

Con diálogos ingeniosos y llenos de humor, empieza El rey tuerto, de Marc Crehuet (Pop rapid), pero este buen inicio parece haber resbalado y contemplamos posteriormente una sucesión de situaciones grotescas que devienen en momentos extraños, encarnados preferentemente por personajes estereotipados.

El filme, basado en una obra de teatro de éxito, escrita y dirigida también por Crehuet, narra el encuentro de Lidia ((Betsy Túrnez: Ocho apellidos catalanes) y Sandra (Ruth Llopis: Ojos que no ven), dos amigas que hace años que no se ven y cuyas vidas han caminado por derroteros distintos.

La primera convive con su novio David (Alain Hernández: Ocho apellidos catalanes, Palmeras en la nieve…), un antidisturbios catalán, amante de los gimnasios y de las armas, proclive a actuar contundentemente en las manifestaciones, simpatizante del club de fútbol Español y sensibilidad reducida para acoger los sentimientos de su novia. En cuanto a Sandra, es una activista social que vive con Ignasi (Miki Esparbé: Rumbos, Barcelona, noche de invierno…), comprometido también socialmente, al que la policía autonómica le ha reventado un ojo en una manifestación. Las dos parejas se reúnen para celebrar el encuentro de las amigas.

Como en el montaje escénico, los mismos actores mantienen el filme hasta completar los 82 minutos de metraje en distintas escenas, que cambian con fundido a negro. Destacan los encontronazos entre David e Ignasi, previsibles desde el principio, pero cuyos encuentros este último increíblemente mantiene, convencido por su novia, quien le argumenta que es una oportunidad que le procuran “los hilos de la vida” para que “humanice” y convierta a la causa social a David.

Si ya parece extraño que Ignasi asuma el “encargo” de Sandra (en el que hay una “pared” insalvable), de mayor proporción son algunos de los parlamentos de ésta en el tramo final de la cinta, que pierde verosimilitud y que concluye con un “the end” estrambótico.

En este baile de estereotipos pierde fuerza y cae en la pretensión voluntarista la crítica social sobre la crisis económica y sus causantes, porque la separación entre el espectador y el fondo de la pantalla solo consiguen salvarlo las buenas interpretaciones, ajustadas a sus personajes, del plantel de actores. Ellos sí se esfuerzan por salvar los pocos muebles de este naufragio.

 

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